El escritor, actor y aristócrata español José Luis de Vilallonga (1920-2007) entró en la contienda civil española al lado de los sublevados, y como alférez provisional de requetés formó parte de un pelotón de fusilamiento a la temprana edad de 16 años -ver Wikipedia-. Él mismo desvelaba en unas declaraciones a las que apenas se dio mayor importancia, tal vez por considerarlas de poco relieve, que una de las órdenes inminentes que circulaban en su ámbito era ésta: matar a los vascos. Drástica. Imborrable. Petrificante. ¿Estaba esta orden asumida, evidenciada dentro de la cultura general de los generales pro-nazis, pro-fascistas bajo el mando de Franco?

Han pasado un montón de años. Pavimentos, farolas, viviendas, comercios, calles de entonces han desaparecido casi por completo pero permanecen sin oscurecer, aquí y allá, escaparates de la memoria que el esfuerzo de las gentes se empeña en mantener operativos. Datos, hechos, sentir popular que el relato oficial intenta borrar definitivamente.

En el Madrid actual de la globalización y del consumismo, cara al oleaje ininterrumpido del dinero de plástico agitándose y rompiendo en las orillas de la Gran Vía, los del poderoso gremio propagandístico andan preocupadísimos por fijar con precisión el ancla del relato de “la victoria policial sobre los asesinos de ETA”, y por enfatizar con diplomático gesto el titular de portada “Ha habido tras este proceso unos claros vencedores y unos claros vencidos”. ¿Caen en un desacertado reduccionismo? Cuando PP y PSE en Euskadi se vean reducidos a meros grupos parlamentarios testimoniales lo certificaremos con mayor garantía.