El pasado día 21, como es habitual, me dirigí a mi hipermercado habitual con el fin de realizar la compra mensual. En un momento concreto, y muy cerca de la entrada de clientes, me percaté de la existencia de un grupo de trabajadores reunidos formando un círculo. Una de las personas allí congregadas realizaba gestos con los brazos y levantaba la voz a los allí presentes. En un primer momento pensé que se trataría de algún curso de formación, visita guiada, etc? pero mi sorpresa fue mayúscula cuando pude escuchar las diferentes broncas e incluso descalificaciones que esta persona profería hacia el grupo, concretamente hacia una mujer. No daba crédito a lo que allí estaba aconteciendo. Un pseudojefe estaba abroncando a un grupo de doce personas y llamando “cara dura” a una trabajadora, dejándola llorando desconsoladamente. El pseudojefe terminó su exposición con un: “¡Venga, a trabajar”. No me pude contener y me dirigí hacia él para indicarle que como cliente me sentía avergonzado y que lo allí vivido era deleznable. Me respondió diciendo: “No tienes ni idea”, a lo que le respondí que, aunque no tengo ni idea de la problemática puntual, su actitud como pseudojefe y pseudopersona había sido deplorable y patética hacia los trabajadores. Seguí indicándole que dichas reuniones no se podían realizar ante la presencia de clientes y se deberían realizan en alguno de los enormes almacenes de la empresa. Terminé indicándole que gracias a su actitud, su empresa había perdido dos clientes. Dejando mis compras en el establecimiento, abandoné el supermercado sorprendido. Me pude dar cuenta que aún quedan pseudojefes, déspotas, y mal educados. Jefes que no son personas y no merecen el respeto de sus trabajadores. Como dice el escritor, formador y ponente Víctor Kuppers: “No hay peor cosa que un jefe inútil motivado”.