ESTIMADA compañera Rosa Valdeón: He leído con asombro las noticias sobre el incidente que tuviste con la Guardia Civil después de que un insolente camionero se empeñara en destrozarte el inicio del curso político.
Desde luego, no era para tanto, una pequeña colisión sin importancia que ni tan siquiera te obligó a detener el vehículo no justifica que la benemérita instale un control de carretera como si rastrearan a una delincuente peligrosa. Ciertamente, ni el pequeño choque ni que después de él continuaras tu camino a 170 kilómetros por hora -como algunos medios enemigos dicen que hiciste- son argumentos suficientes para amparar un despliegue de esa magnitud. Aunque lo peor no fue eso, lo infame fue que te obligaran a realizar la prueba de alcoholemia como si hubieras matado a alguien en la carretera. Así trataron a una persona como tú, que además de médica, ha sido elegida por el pueblo para que le represente y ostenta la vicepresidencia del gobierno de Castilla y León.
Comparto tu opinión de que el resultado de la prueba indica poca cosa acerca de tu estado. Que triplicaras el valor permitido para la conducción de vehículos no implica que estuvieras incapacitada para hacerlo. Como decía tu amigo Aznar, “¿quién te ha dicho a ti las copas de vino que yo tengo o no tengo que beber?, déjame que las beba tranquilo mientras no ponga en riesgo a nadie”. A él, como parece que a ti, tampoco le gustaba que le recordaran los límites de velocidad.
Rechazaste la posibilidad que te dieron de acudir al hospital para realizar una prueba más exacta en sangre, estabas en tu derecho, pero conocías que ese valor es irrefutable por lo que no serviría para ayudarte. La cuestión radica en los pocos conocimientos médicos de los miembros del instituto armado. Por más que se lo explicaste, no conseguiste modificar su impermeabilidad a tu argumento: cuando se toman ansiolíticos, los niveles de alcohol en sangre aumentan. Precisamente, ese era tu caso: con dos inocentes cervezas y un comprimido de alprazolam, los valores se habían disparado hasta alcanzar-falsamente- los 0,77 miligramos. Sin embargo -nadie debería negarlo-, estabas en perfectas condiciones para llevar tu vehículo por la autopista.
Ignorancia e imprudencia Desconozco si ese razonamiento defensivo es de cosecha propia o proviene de quien te asesora. En cualquier caso, solo pone en evidencia dos cuestiones: ignorancia e imprudencia. El nivel de alcohol en sangre no aumenta con las benzodiazepinas, así es, ni tomándote un garrafón de trankimazin conseguirías modificar tu tasa de etanol, como tampoco lo hacen la falta de sueño o la pulguita de jamón que te comiste. Lo único que produce la mezcla con ese tipo de medicamentos es un efecto multiplicador de las consecuencias nocivas del alcohol sobre el sistema nervioso. Una toxicidad que explicaría que ni te enteraras de lo que ocurrió, como afirmaste en la rueda de prensa con tu pueril -y, por cierto inculpatoria- coartada: “No soy consciente de nada de lo que ha pasado”.
Nunca conoceremos la contribución de cada uno de los tóxicos en tu insignificante despiste de tránsito, tampoco sabremos la cantidad que bebiste ni cuándo lo hiciste para conseguir que saltara la alarma del alcoholímetro pero, como recordarás de tus estudios en la facultad, las mujeres tenéis una absorción y una distribución del alcohol diferente a la de los hombres: ingiriendo la misma cantidad de etanol alcanzáis niveles -y efectos tóxicos- mayores. Por ello, las dos cervecitas, en una mujer, justifican plenamente los valores que mostraste al soplar. Una evidencia que deberías haber tenido en cuenta antes de conducir.
Sin embargo, tienes razón, triplicar el -artificioso- nivel que consiente el código de la circulación, no es sinónimo de estar ebria como perversamente señalaban algunos titulares. Sabemos que cuando estas acostumbrada a beber -pongamos que consumes media cántara de vino cada semana-, tu organismo acaba por tolerar un poco mejor el etanol. Las neuronas se aclimatan a nadar en alcohol y tus hepatocitos lo eliminan con la eficiencia de un alambique, lo que significa que no te emborracharás tan fácilmente y, si lo haces, los síntomas desaparecerán antes.
Aun así, aunque estuvieras familiarizada con la bebida, a nadie se le ocurre -excluidas algunas personalidades psicopatológicas- mezclar alcohol y ansiolíticos antes de lanzarse a la autopista al volante de un automóvil. En este asunto no albergo ninguna duda’, doctora, conocías los efectos deletéreos del cóctel. Como persona estás en tu derecho a mentir para defenderte, pero no tomes por idiotas a tus compañeros de profesión ni intentes engañar con sandeces a la gente que te ha votado. Tratándose de una profesional de la medicina, tu alegato exculpatorio supera la insensatez.
Acabas de entrar a formar parte de la lista de personas dedicadas a la política que han sido sorprendidas cometiendo ese pequeño delito contra la seguridad vial. Sin duda alguna, en todos los partidos políticos existirán casos como el tuyo, aunque los que me vienen a la cabeza son, mayoritariamente, del Partido Popular. Como aquel diputado que hace seis años, tras un accidente de tráfico, fue pillado con el doble del etanol permitido en sus venas; no abandonó su escaño, pero se vio forzado a dimitir -qué paradoja- del cargo de vocal de Seguridad Vial de la Cámara Baja. O el del incontinente verbal y exportavoz del Gobierno de Aznar reconvertido en tertuliano que, tras abollar tres coches aparcados, cuadruplicó el nivel tolerado.
Lo correcto en tu caso hubiera sido volver a casa en taxi (o en transporte público). Afortunadamente, solo enganchaste tu parachoques en la carrocería de un camión, pero en el estado en que conducías podrías haberte llevado por delante, por ejemplo, a un ciclista. No te agobies, no ha ocurrido; las dos cervecitas y la pastillita para dormir que presuntamente ingeriste solo habrán arruinado tu carrera en el gobierno autonómico aunque, viendo que no has renunciado a tu acta de parlamentaria y considerando los antecedentes de otros miembros de tu partido que fueron cazados como tú, estimo que pronto resurgirás.
Probablemente, en pocas semanas aparecerás en alguna de esas apasionantes tertulias televisivas sentando cátedra sobre ética política. Una similar a aquellas en las que los forofos de Aznar se mostraban en pantalla con una copa de vino en la mesa. Relájate si acabas en una de ellas, al verles y, sobre todo, al escuchar los exabruptos que expulsaban por sus bocas, siempre he pensado que lo que les daban no era vino sino vinagre, una sustancia que nunca te llevará a dar positivo aunque te infles a trankimazines para aguantar a tus compañeros de tertulia.