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Catalunya, desconexión mutua

La multitudinaria Diada de ayer puso de nuevo en evidencia la gran demanda social en favor de la soberanía y la necesidad por parte del Estado de dar cauce legal al derecho a decidir

LA tradicional Diada de Catalunya celebrada ayer fue una nueva y multitudinaria muestra de fuerza del soberanismo y de apoyo al proceso iniciado, bajo el impulso de la sociedad civil, por las instituciones catalanas y cuyo horizonte aparece cada vez más cercano. Pese a una posible menor presencia ciudadana en la calle, centenares de miles de personas acudieron a la llamada de la Asamblea Nacional Catalana (ANC) y Òmnium Cultural para mostrar su adhesión al proceso y al lema de la movilización, que se desarrolló en cinco localidades: A punt per la República catalana. Se trata, por tanto, de un paso más en el camino de Catalunya hacia su soberanía y a la constitución de una república propia. Lo anunció la víspera el president de la Generalitat, Carles Puigdemont, y lo reiteró ayer ante la prensa internacional: con la hoja de ruta bien trazada, propondrá, una vez más, al Estado español un acuerdo que permita dar cauce legal a las demandas de la ciudadanía catalana sin descartar la celebración de un referéndum pactado. Asimismo, el president anunció la celebración de unas elecciones constituyentes en Catalunya. Las cartas, por tanto, están sobre la mesa. La manifestación soberanista de ayer con motivo de la Diada contó con dos novedades reseñables, como son la presencia del propio Puigdemont, que se convirtió en el primer president en acudir a una movilización por la independencia, y de Ada Colau y otros miembros de Barcelona en Comú, es decir, que sectores no tradicionalmente nacionalistas se suman a la creciente demanda social, lo que debería hacer reflexionar al Estado y a quienes se niegan a dar una salida al conflicto. Catalunya ni quiere ni merece una fractura y un choque de trenes al que le está obligando la cerrazón del Estado, desde la negativa del presidente del Gobierno a escuchar sus demandas a la inestimable ayuda desde el inicio del Tribunal Constitucional, lo que ha llevado a un callejón sin salida. Lo dijo gráficamente Puigdemont: el Estado ha “desconectado” de sus compromisos con Catalunya. La cuestión está en un peligroso punto de no retorno en el que se está produciendo una “desconexión” mutua entre Catalunya, sus instituciones y la propia sociedad y el Estado. Y el bloqueo en la gobernabilidad tiene también mucho que ver en todo ello. Una herencia envenenada para el nuevo Gobierno.