ERA tan prescindible el encuentro ayer de Rajoy y Sánchez que el reloj, sesteando en tiempo muerto, pareció también hablar como una urna. Algo más de un cuarto de hora de pose y miraditas en las vísperas de otra sesión de investidura inútil en el prólogo y con epílogo en un misterio que depende de cuánto quieran hacer sufrir a Rajoy, ese señor que a pesar de no haber puesto de moda la palabra “inelegibilidad”, la viste como ninguno. España anda acongojada y se abomina de unas nuevas elecciones como si fuera a llegar el Apocalipsis, cuando la realidad -si nadie lo remedia- sigue siendo o Mariano antes o Mariano después. Los españoles querían un volantazo y se han encontrado al borde de la cuneta con PP para rato, eso o tener que volver a votar en medio de un empacho de polvorones, vamos, un escándalo, todo un soponcio español. Sánchez apareció ayer con su sonrisa de grandes almacenes y con ese saco de presión sobre sus hombros, como un Atlas de la política al que ya solo le queda devolver el guantazo y todo parece importarle un huevo. Irresponsable por no apoyar a Rajoy, irresponsable Iglesias por no apoyar a Sánchez en marzo, irresponsable Rivera por creerse imprescindible dos veces. Acaba agosto y todo el mundo tiene prisa, sobre todo para no decir nada, solo amenazar con el fantasma de unas elecciones en Navidad, en un camino con los mismos enredas, todos políticos prescindibles donde otro fantasma más ni importa.
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