El pasado 14 de agosto, en ETB-2, en el capítulo El honor de los vascos del programa Una historia de Vasconia, se hablaba de los apellidos. Alguien dijo que toda la historia de España se puede resumir en una frase: “Hay Pirineos”. Podríamos decir que toda la historia de los vascos se puede resumir también en una frase: “Hay apellidos”. En efecto, el vasco lo es por sus apellidos. Si una persona tiene sus apellidos vascos, legítima y racialmente recibidos, es vasca. Aquí los apellidos valen mucho. Esto no es Estados Unidos, donde muchos se ponen el apellido que les da la gana. Esto no es Israel donde cada quisque se pone el apellido que le da la gana. Esto no es como otros países donde la mujer pierde el apellido al casarse. Está el caso, nada menos, de Angela Merkel, que lleva como apellido no el suyo, ni el de su actual marido, sino el de su anterior marido. Esto muestra el desbarajuste que hay en otros países en esto de los apellidos y la discriminación para la mujer. En Portugal, Brasil y, creo, en Filipinas, los hijos llevan como primer apellido el de la madre. En teoría así debiera ser, porque la madre siempre se sabe, el padre se supone. Pero ya que aquí siempre ha sido en primer lugar el del padre, así debe ser y seguir. Hay apellidos tal como Folla, que en Galicia es corriente y significa hoja, pero que fuera de Galicia puede resultar indecoroso. En tal caso se podría cambiar una letra, por ejemplo Falla, pero no el apellido completo. Los apellidos se pueden, o se podrían, cambiar, suprimir, invertir el orden, traducir, catalanizar, galleguizar, bretonizar, occitanizar o euskerizar, o en sentido inverso castellanizar o afrancesar, pero no se debe hacerlo. “¿Continuaremos insensibles, indiferentes, ante la casa solar en que sucedieron las generaciones cuya sangre llevamos; ante la casa que nos dio el mismo apellido, que es la mayor gloria del vasco?” (La Casa Solar Vasca-Casa y Tierras del Apellido, Engracio Arantzadi, pág. 295)

Jorge Garay Getxo