¡Dios mío, qué fin de semana más intenso! Y largo, además. Todo empezó en la madrugada del jueves al viernes, cuando todos los pronósticos sobre el Brexit saltaron por los aires y los ciudadanos de Gran Bretaña sorprendieron a políticos, politólogos, analistas, periodistas y hasta a las casas de apuestas en un referéndum en el que David Cameron fue el gran derrotado. La salida del reino de su graciosa majestad de la Unión Europea no se sabe qué consecuencias traerá a largo plazo, pero los primeros chispazos no fueron nada halagüeños. Batacazo en las Bolsas europeas, descenso de la libra esterlina... Y cuando nadie había salido de su asombro, va el PP y repite triunfo en la noche electoral del domingo. A nivel de España no debe importar nada que decenas de cargos electos del partido de las gaviotas estén imputados por presuntos delitos de corrupción. Nada debe importar que los ministros utilicen sus despachos como si fuera su cortijo. La formación de Mariano Rajoy se aprovechó, además, del batacazo de Ciudadanos, partido con la fuerza de una gaseosa, y de la increíble voltereta que protagonizaron PSOE y Unidos Podemos. Los de Pedro Sánchez se felicitaban por no haber sufrido el temido sarpasso, pese a seguir su caída libre, mientras que la coalición de Iglesias y Garzón también pinchó en el momento más insospechado. España se volvió azul y solo Euskadi, tres provincias andaluzas y Catalunya se libraron del tinte. Así que, puestos a abandonar organismos políticos y ya que los británicos no necesitaron el voto de los europeos para abandonar la UE, ¿por qué no volvemos a plantear el derecho de autodeterminación para Euskadi y Catalunya, sin que tengan que intervenir los españoles?