eL término histórico se ha hecho fuerte en la política española. Quizás sea producto del trasvase producido desde vocabularios y formatos comunicativos propios de otros ámbitos o puede que responda a una sociedad que inmortaliza momentos antes de vivirlos. Sea cual sea la causa, la nueva palabra mágica aterriza tras ser maltratada en otros lares en los que cualquier evento que ya no recordamos fue, en su momento, catalogado de histórico.

Puede que, envueltos en la modorra política y social en la que los dirigentes políticos españoles vivieron desde un indeterminado momento de la década de los 90 hasta la explosión de la burbuja del ladrillo, los movimientos posteriores les hayan producido un vértigo parecido al de conducir a toda velocidad por la sinuosa carretera de la Historia.

A partir de ahí y hasta las elecciones del 20-D todo fueron similitudes traídas con pinzas e hitos indiscutibles que, como mojones, marcaban las fases a una nueva realidad y a una eterna pesadilla: la proclamación de la III República y la ruptura de España.

Si diciembre significó un baño de realidad para unos y de tranquilidad para otros, todo parece indicar que el 26-J será un paso difícilmente comparable con el que Armstrong dio en la Luna.

El principal argumento para rebatir la idea de que estemos viviendo una cascada de acontecimientos para la posteridad la aporta la constatación de que son sus principales actores quienes hace tiempo que levantaron el pie del acelerador de la Historia. El primer desacelerón se produjo en el mismo momento de la convocatoria de estos comicios.

Tras su paso por las bancadas del Parlamento los cuatro han aguado su vino. Ya no hay división entre nuevos y viejos. Todos somos gente. No quedan castas y si, en su momento, Iglesias dio la de cal, ahora no para de dar la de arena. El PSOE tiene que echar mano de un profesor de Filosofía para explicar el porqué de la S de socialista, obviando qué ocurrió con la O de obrero. Ciudadanos parece querer ganarse el puesto de becario en el Gobierno sin enfadar al posible futuro presidente y, a pesar de que Mariano Rajoy crea que se acabaron los tiempos de tribulación, él no parece que esté pensando en hacer mudanza.

Las listas de los que nunca tuvieron nada y por nadie se sintieron representados son ahora encabezados por apellidos de rancio abolengo. Se diluye el derecho a decidir como el pecado adolescente de quien ya se ha hecho mayor y se mantiene el silencio informativo de las opciones mayoritarias en aquellas nacionalidades que apellidaron históricas.

Si hay que creer sus palabras, todo indica que no habrá tercera convocatoria, aunque, en este sentido, no aconsejo hacer apuestas. Pendiente de consumir la mitad de la campaña y tras el alboroto de la noche electoral habrá que ver los escaños con los que cuenta cada uno y en base a esas necesidades veremos si continúan echando agua o abren otra tinaja de vino.