LA aprobación por el Senado brasileño del inicio del proceso de impeachment de la presidenta Dilma Rousseff, lo que supone apartarla del cargo al menos durante los próximos 180 días, y el cese de todos los ministros de su gobierno, dando paso al nuevo ejecutivo del hasta ahora vicepresidente y líder del Partido Demócrata do Movimiento Brasilero (PMDB), Michel Temer, fuerza la vuelta del Partido de los Trabajadores (PT) a la oposición 13 años después de que llegara al poder de la mano de Lula da Silva desafiando a las élites económicas. De hecho, su presidente, Rui Falcao, ya definió ayer ásí, como de “oposición férrea”, el papel que desempeñará desde ya mismo la formación de Rousseff y Lula. Que ese relevo se haya decidido con una votación en el Senado abrumadoramente mayoritaria a favor del impeachment de Rousseff (55 votos a favor de la misma frente a 22 en contra) y que a la ya suspendida presidenta se le acuse de falsear las cuentas públicas no es en todo caso sino la ¿última? consecuencia del deterioro del PT, especialmente por el caso Petrobras que alcanza al propio Lula, pero sobre todo de la clase política brasileña -seis de cada diez parlamentarios tienen una causa abierta ante la justicia- y de las estructuras socioeconómicas del país, que parece inmerso ya en la peor crisis de las últimas dos décadas con la inflación desbocada y el paro por encima del 10%. Y quizá esté ahí la verdadera razón que subyace bajo el cese de Rousseff y su sustitución por un ejecutivo, el de Temer, liberal de centro-derecha y con planteamientos absolutamente ortodoxosos en política económica. De hecho, el cambio en Brasil, aun siendo el más repentino, no es único en la Latinoamérica que había ido sumando gobiernos que genéricamente (quizá también generosamente) se han calificado de izquierda. Antes, Macri acabó con la era Kirchner en Argentina, Morales perdió la votación con que pretendía perpetuarse en el poder en Bolivia y Maduro, tras ser derrotado por la Mesa de la Unidad Democrática en las parlamentarias de diciembre, parece llevar a Venezuela directamente al desastre. Brasil y Rousseff, en ese sentido, no serían sino el síntoma definitivo de que la involución socioeconómica que sucede a la crisis global afecta también a las emergentes políticas latinoamericanas.
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