La carta que Fidel Castro le ha escrito al presidente Obama solo tendría algún sentido si se la hubiera mandado hace cincuenta años por mar, dentro de una botella, y fuera ahora cuando le llegara. Está llena de pasajes históricos tendenciosos escritos desde el más puro rencor. Arranca el comandante Castro su misiva hablando sobre el odio que profesa a todo lo que tiene que ver con Estados Unidos y España. Y empezando por este lado, arremete contra los conquistadores y los robos de oro que al parecer hicieron por aquellos lares. Leyéndole da la impresión de que ese es el motivo por el que ahora los cubanos necesitan de cartillas alimenticias subsidiarias. De risa. Después de poner a los españoles de vuelta y media, salta 400 años en el tiempo para meterse con los estadounidenses. “En 1961 una fuerza mercenaria con cañones de Estados Unidos atacó por sorpresa a nuestro país -escribe-, aquel alevoso ataque nos costó cientos de bajas y muertos”. Castro, haciendo caso de su memoria selectiva, omite intencionadamente en su escrito los misiles nucleares que la Unión Soviética colocó en Cuba para amenazar a Estados Unidos. Prosigue y les reprocha los sesenta años de bloqueo; de seguido les acusa de su solapada participación en la Guerra de la Frontera de Sudáfrica. ¿Y de la participación que tuvo Cuba? No, de eso no habla. Y se despide con altanería despreciando la ayuda que le ofrece Obama: “No necesitamos que el imperio nos regale nada”. En fin, esta es su historia. Esta es su carta.