Leo con sorpresa que el Ararteko pide retirar las ayudas a los clubes que fomenten la competitividad entre los menores de 8 años. No salgo de mi asombro. Nos quejamos de que nuestros hijos están superprotegidos, que les damos todos los caprichos, que no saben afrontar los problemas de la vida... Queremos evitarles todos los traumas y frustraciones que puedan sufrir ante la adversidad. Pero no sé si eso tiene que ver con el deporte, aunque sea a tan temprana edad. No queremos que compitan con otros chavales de su edad, pero les vestimos y acicalamos para que sean los más guapos de la clase. No queremos que saboreen el placer de la victoria, pero les premiamos con un dulce cuando consiguen un objetivo marcado fuera de las pistas deportivas. No queremos verlos heridos en sus sentimientos cuando asumen que un error propio provoca una derrota, pero les castigamos si no cumplen el orden establecido. Creo que muchas de esas cosas se aprenden dentro de un terreno de juego. Su propia palabra lo indica: juego. El problema no es de los niños que corren detrás de un balón, que golpean una pelota con la raqueta, que lanzan con tiro a canasta... Ellos se divierten cuando ganan y sufren cuando pierden. Y así aprenden. El problema es de los padres y los entrenadores que proyectan en esos chavales sus frustraciones o que quieren convertir a esos pequeños en lo que ellos no lograron ser. O, aún peor, sueñan con que sus éxitos les permitan retirarse. Ahí está el error. En no erradicar de los campos a esos energúmenos que, con su actitud, provocan conflictos que no deberían existir. Hace unos años que fueron instauradas las tarjetas negras en la competición escolar. Con ellas se pretendía expulsar de los recintos deportivos a estos padres-forofos-maleducados. No parece que su uso haya sido un éxito.