ERA otoño de 2006 y había quedado con Enrique en Cambrige. Me llevó a visitar el Instituto Isaac Newton, donde estaba participando en un programa de investigación, seis meses, sobre ecuaciones diferenciales que gestionan ondas en redes. En el programa participaban veinticinco matemáticos de todo el mundo, que habían sido invitados por el Instituto a “soñar en matemáticas”. Enrique era, para ese momento, Premio Nacional de Matemáticas, algo raro por estos lares.

Por ese tiempo, también, me puse en contacto con Josu Arrillaga, ingeniero eléctrico de Bilbao. Estaba, ya retirado, en la Universidad de Canterbury, New Zeland. Experto reconocido mundialmente por sus trabajos en microcircuitos eléctricos. Acababa de recibir una distinción del Imperio Británico. No recuerdo cuál. Con cierta amargura, me comentó que había sido invitado por la mayoría de las Universidades del Estado salvo la nuestra. Se sentía cansado y ya no volvería por su tierra. Yo también me sentí cansado.

Otra de las muchas personas-personajes con los que contacté fue Juan Uriagereka, profesor director del Departamento de Biolingüística en la Universidad de Maryland. Nos encontramos en New York. En una ocasión, coincidimos en Washinton DF, Enrique, Juan y yo. Había un tema que preocupaba en nuestra tierra: ¿cómo repatriar el conocimiento y reconocimiento que generábamos los vascos por el mundo? ¿cómo devolver a nuestra sociedad, que había invertido en su formación, la experiencia y trabajo que desarrollaban nuestros científicos en el exterior?

Quizás inocentemente les interrogaba sobre sus relaciones con nuestra universidad y, de ahí, salió la idea de crear enlaces, vínculos, presencias de tanta excelencia, en nuestra casa. ¿Por qué renunciar a ese conocimiento? ¿Es que nos sobra? ¿Cuántos premios nacionales o reconocimientos internacionales tenemos como para renunciar a ellos?

Enrique dejó su cátedra en la Autónoma de Madrid, cogió a su familia y se vino a casa. Como se suele decir, se lió la manta a la cabeza y se vino. Creó BCAM, Laboratorio de Análisis Matemático. El Gobierno vasco y la Diputación Foral de Bizkaia hicieron posible el proyecto y, por supuesto, su sabiduría y reconocimiento. En 2012 inició su andadura y ya en 2014 fue acreditado con la distinción Severo Ochoa como centro de excelencia en la investigación.

Me encontré con él hace unos días y me relató su situación de abandono por “innecesariedad de su conocimiento, reconocimiento y excelencia”. Parece ser que no es necesaria su presencia.

Regresando a casa, me volvía a preguntar sobre nuestra excelencia olvidada por esos mundos de Dios. Algunos interrogantes estaban cargados de ironía. ¿Qué más da un premio nacional más o menos? Nos sobran. ¿Qué nos importa si nos conocen o no en el exterior, en otras universidades y centros de investigación? Aquí estamos bien y sobrados. La decisión de invitarle a irse “de su casa”, me parece un error que acabaremos pagando.

Otra vez me siento cansado, muy cansado.