Desde las cruzadas
PARECE que nuestros antepasados se enfundaron en sus mallas, afilaron sus pesadas espadas y se subieron a sus caballos para un largo vieja través de Europa cuyo destino final era guerrear contra el infiel, eliminarlo del mapa, resguardar los santos lugares e imponer a sangre y fuego el cristianismo. Le llamaron las Cruzadas -sustantivo que siglos más tarde patrimonializaría un general gallego bajito y asesino- para amparar sus crueldades bajo la señal de la cruz y la admonición divina. Puede que la violencia, la ignorancia y las ganas de guerrear sean consustanciales a la condición humana, la violencia a la hora de responder a los recientes atentados de París, la ignorancia de que después de varios siglos, el problema de los infieles no acaba con la utilización de sus mismas armas y crueldades y las ganas de guerrear como única respuesta a un problema secular que el lento paso de los siglos nos ha demostrado que no se puede resolver con la ley del talión, el ojo por ojo y los bombardeos aéreos.
Hay trece países que están bombardeando de forma simultánea el mismo terreno desértico donde se esconden los fundamentalistas, trece países que parece que no están muy coordinados entre sí. Existen varios iluminados -entre ellos Albert Ribera- que ya han aplaudido la criminal idea de que los occidentales nos volvamos a presentar en tierra infiel para hacer de nuevo la guerra sin espada, casco ni caballo pero con el mismo ánimo de exterminar a los infieles y parece que no han aprendido de Afganistán, ni de Vietnam ni de tantas y tantas guerras absurdas cuyos únicos beneficiarios son los accionistas de las fábricas de armamento. Tan difícil es encontrar -entre todos los líderes políticos europeos- uno con la suficiente inteligencia como para imaginar otro tipo de soluciones?, es que nadie encuentra otra solución más que el ojo por ojo? La historia está no solo para leerla sino también para aprender algo de ella -en especial- cuando se comprueba que la historia es cíclica y se repite con diferentes armamentos pero con idéntica finalidad. Si Hitler la hubiera leído no habría intentado invadir Rusia porque Napoleón también lo intentó y fracasó. Si alguno de nuestros dirigentes leyera un poco más se encontraría con ejemplos más recientes como los ya reseñados de Vietnam o Afganistán donde se demuestra que la invasión militar no acaba con el problema. La pega es que el celo chusquero del cabo primero Hollande nos puede llevar a todos a una locura. ¿Por qué no leerán más historia los políticos occidentales?