LEER la prensa política británica durante unos meses equivale a cursar un máster de democracia. Si Europa se quedó maravillada (y atemorizada) por la negociación sobre el referéndum escocés del pasado septiembre, por la serenidad del debate y el épico final de la campaña electoral, ahora vuelven a dar más lecciones de democracia. Los políticos británicos no son ángeles, ni seres perfectos, pero poseen una cualidad poco habitual que convierte a su sistema democrático en algo extraordinario: su pragmatismo, un pragmatismo teñido de tolerancia.
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