Subversión distribuida
NO es la primera vez que el colectivo de agitadores cibernéticos Anonymous ataca a un partido político. Esta vez, hace pocos días, el incidente ha tenido lugar como respuesta a la intervención policial en unas algaradas juveniles de poca monta en Vitoria-Gasteiz. Secuestro de correos electrónicos, robo de datos, amenazas... Todo esto sitúa una vez más en el foco de interés público la actividad subversiva de un difuso conglomerado de colectivos de internautas que, aprovechando cualquier pretexto, hacen uso de sus ordenadores para vandalizar y generar alarma social a través del correo electrónico y las redes sociales. ¿Constituyen una amenaza estos grupos? La respuesta es, lamentablemente, afirmativa. Su modus operandi cumple los tres requisitos que según la teoría de la comunicación son necesarios para que una amenaza resulte efectiva: ser percibida por el destinatario (y obviamente llega), ser creíble (lo es) y, lo más importante, quien hace pública la amenaza debe estar en situación de cumplirla (algo más que probable, a la vista del extenso y exitoso historial delictivo de estos grupos).
La dificultad de combatir a Anonymous por medios convencionales -policía, departamentos de seguridad, campañas de comunicación- es lo que convierte estas agresiones informáticas en un factor de desestabilización política y social. Antes no existía este problema, pero el mundo ha cambiado como consecuencia del proceso de democratización profetizado por Alexis de Tocqueville hace más de siglo y medio. Sin embargo, la irrupción de las nuevas tecnologías como catalizador del proceso, a lo largo de las últimas décadas hacen que todo esto tenga que ver más con los nuevos modelos de negocio de Silicon Valley y Steve Jobs que con la furia revolucionaria de los anarquistas del siglo XIX.
Todas las empresas y organizaciones de tipo convencional -jefes, organigramas, comités de empresa y demás- tienen problemas para subsistir en los tiempos que corren. Perdemos mercados, cerramos fábricas y el futuro se presenta incierto. Internet erosiona de manera irreversible el tejido industrial. Solo hay una empresa en todo el mundo a la que parece irle bien: Google, precisamente el epicentro de donde surgen las ondas sísmicas que hacen que el resto de la economía se tambalee. ¿Y esto por qué? Tal vez, en lugar de estar todo el tiempo protestando inútilmente contra el paro y la globalización, haya llegado el momento de investigar si en el modelo de negocio de Google no habrá algo que podríamos aprovechar para mejorar nuestra productividad económica y asegurar un retorno a la senda de la riqueza y el bienestar social.
¿Por qué Google puede cambiar el mundo? En primer lugar porque se trata de una empresa radicalmente innovadora. Su modelo de negocio está basado en algunos planteamientos revolucionarios: A) Los mercados de masas ya no existen. B) Clientes o electores son quienes tienen la última palabra. C) La información es más útil cuanto más se divulga y se hace uso de la misma. D) Las plataformas distribuidas tienen un poder de acción incomparablemente mayor que el de las organizaciones centralizadas. Estos presupuestos, que son válidos para la economía -con la misma Google y otras start-ups de alta tecnología como mejor prueba de ello-, también lo es para organismos públicos, movimientos sociales, ejércitos y, cómo no, bandas de criminales y agitadores políticos.
Corresponde a policías, jueces, líderes políticos y opinión pública extraer las conclusiones oportunas. Cuando unas fuerzas del orden basadas en estructuras convencionales se ven obligadas a luchar contra fuerzas sediciosas que se aprovechan del poder descentralizado de la tecnología digital, no hace falta mucha imaginación para anticipar de qué lado se inclinará la balanza de la victoria. En el bosque crecía un viejo roble, alto y orgulloso. Había desafiado con éxito al tiempo y al hacha del leñador. Ni siquiera los rayos habían conseguido partirlo. Pero un día llegaron las termitas, por millones, abriéndose paso a través de la corteza, penetraron en el interior del árbol comiéndose su savia y dejando podrido su noble corazón.
¿Cómo hacer frente a la subversión distribuida? Además de una buena seguridad perimetral, con hardware de calidad y software bien programado, se requiere un esfuerzo de preparación. También será imprescindible una política de relaciones públicas y algo de iniciativa: no esperar a que vengan los ataques para después oponer una reacción basada en procedimientos de manual y patéticas peticiones de ayuda a la autoridad. Eso es precisamente lo que el enemigo quiere. Lo ideal sería tener la batalla ganada antes de que lleguen a atacarnos.
En todas las épocas, la tecnología ha hecho variar las relaciones de poder. Temas como Anonymous, ciberturbas y Wikileaks son importantes porque tienen que ver con la cuestión de quién manda aquí. Hay quien dice que a causa de la desintermediación producida por Internet, algún día veremos un mundo sin empresas, estados ni partidos políticos. Se trata de una reducción al absurdo. Pero no podemos pasar por alto que en pocos años la digitalización ha producido en el mundo transformaciones de tan profundo alcance como las que tuvieron lugar hace dos siglos con la desaparición del Antiguo Régimen por causa de la Revolución Industrial. Ante tales cambios, las élites y los poderes establecidos de hoy, lo mismo que los de entonces, tienen tres opciones.
Pueden, en primer lugar, resignarse a desaparecer cediendo el paso a las nuevas clases dirigentes que dominan el fuego mágico de las máquinas y la ciencia que las mantiene en funcionamiento.
La segunda posibilidad consiste en oponer resistencia al avance del progreso. Según enseña la experiencia histórica, esto fracasará, llevándonos de vuelta al primer escenario.
Finalmente, existe la opción de la simbiosis. Las élites intentan domesticar las fuerzas del progreso y se sirven de ellas para sus fines, propiciando una transferencia de poderes que a largo plazo desembocará en una situación de equilibrio, con un triunfo gradual e inevitable del nuevo modo de hacer las cosas. Tampoco es lo más deseable, pero de momento las necesidades de orden y estabilidad social habrían quedado resueltas.
¿Suena demasiado teórico, en la línea de Alvin Toffler o Manuel Castells? Ya ha sucedido, y volverá a suceder. Fueron Internet y las redes sociales quienes dieron a Obama el triunfo en las elecciones presidenciales de 2008. Pero en Estados Unidos quienes mandan, y seguirán mandando durante largos años, son instituciones típicas de la era industrial: el Congreso, Wall Street, la Tercera División de Marines y la industria del petróleo.