FUE y es el pecado del que comen aún caliente muchos de sus políticos en nómina y plantilla. A Rajoy, ese gallego oportunista que no distingue el día de la noche, ni tampoco la verdad de la mentira porque tras los cristales negros de su coche oficial no se ve la realidad; le ha venido de perlas el atentado de París. Su doble fondo moral funciona así: que su mano derecha, la habitual, no sepa que hace la izquierda. Que nadie sepa que cuando pide perdón por “esas cosas” en realidad se está riendo por dentro.

Rajoy todavía se acuerda de los atentados del 11-M en Atocha. Por aquel entonces, era secretario general del PP y junto al ministro del Interior, Ángel Acebes, apostaron por la explotación sistemática de una mentira muy evidente pero de larga rentabilidad. Dicen que eso se llama prevaricar, mentir a sabiendas, algo que él y otros de su gobierno usan y abusan en beneficio propio y ajeno. Y así culparon a ETA del atentando terrorista cuando sabían que no fue. Y esa culpabilización fue gestionada como elemento crucial para la rentabilización del principal negocio teñido de sangre de toda la historia de España, el terrorismo de ETA. Aquella mentira la pagó muy cara el PP, perdiendo las elecciones de 2004 tras los atentados. Pero, aún así, no fue obstáculo para seguir explotando, desde la oposición, un activo con garantías de alta rentabilidad electoral y política. A ello contribuyó la propia ETA y parte de la izquierda abertzale justificando un estado de cosas insostenible. Pero cuando ETA decidió dejar de tirar de gatillo, el negocio emocional y político de la sangre y el dolor entraron en crisis. Por eso había que renovar el arsenal ideológico. Y donde antes decía ETA ahora otras ideas fuerza y elementos simbólicos la han sustituido: la inmigración, la seguridad, la deuda como elemento disciplinador, la subjetivización de las conductas, la escasez de bienestar, la culpabilización y la responsabilidad en la gestión de la propia vida o la lucha de clases horizontal, son utilizados como mecanismos de control de la ciudadanía. Y por consiguiente se establecen dispositivos ideológicos de dominación muy relacionados con la manipulación a través de grandes ideas fuerza y su gestión comunicacional.

El atentado de París llegó en un momento en que Europa necesitaba una urgente revitalización ideológica, un revulsivo emocional en un contexto en que las emociones son arte y parte del control social. Más aún, una coartada convincente que además funcionara como elemento galvanizador de la ciudadanía frente a los devastadores efectos de la crisis y la progresiva degradación de la política, la confianza social en el Estado y la caída en picado de los valores que un día sirvieron para levantar el rascacielos europeo. El atentado, más allá de su injustificable hecho, ha posibilitado a los principales gobiernos europeos, entre ellos el del PP, reorientar sus discursos disciplinarios y articular nuevas exigencias legislativas de claro corte populista y fascismocrático. Amén de los elementos neocolonialistas que han emergido en la gestión de esa gran manifestación de reafirmación europea de París. A este festín de nuevas oportunidades estratégicas se ha apuntado de manera inmediata el gobierno de Mariano Rajoy, que ha rentabilizado el atentado aunque este no haya ocurrido en España. Por un lado, le ha permitido sumarse a escenarios europeos en un momento de clara degradación de la marca España. Por otro, Rajoy y el gobierno del PP necesitaban un desfibrilador político de urgencia para reanimarse frente a un estado de excitación y de crispación social que amenazaba y amenaza -según muestran todas las encuestas de intención de votos recientes- con romper el bipartidismo hegemónico de los últimos años. Esa manifestación ha permitido a Rajoy presumir de gobierno fuerte frente a un escenario de clara involución de su propia marca mientras la hegemonía del PP se ve amenazada por Podemos, un movimiento que se tilda y al que se acusa por la derecha y por la izquierda de “estado de ánimo” pero que constituye un auténtico revulsivo del escenario político y social del reino de España. Y, finalmente, quizás ese pacto de Estado en materia de terrorismo yihadista al que han llegado recientemente el PP y PSOE sea el primer paso que permita optimizar su fusión ante la amenaza de Podemos.

Asimismo, posibilita a Rajoy reorientar y justificar -aunque sea de manera indirecta- su política disciplinaria y de control social y político de corte fascista. En nombre de la libertad de expresión, Rajoy se ha manifestado en París, pero no puede olvidar toda una larga serie de medidas jurídicas que su gobierno ha implementado y que dejan al descubierto un estado social de excepción encubierto. Un ejemplo es la aprobación de la Ley de Seguridad Ciudadana, en la que se incluyen medidas que afectarán seriamente a la libertad de expresión de la ciudadanía y también a la población inmigrante. No se entiende que este hombre soportase el peso de la conciencia en la manifestación sin que se le moviera el músculo de la vergüenza.

Rajoy necesitaba una coartada para justificar esa vuelta de tuerca a la judicialización de la vida privada y pública. Ese proyecto en el que el PP ha invertido tanto tiempo y energías. Y esa coartada ha sido puesta en bandeja por el yihadismo terrorista, el mismo que en 2004 quiso utilizar a su favor para rentabilizar sus políticas y sus estrategias de poder. Por eso, a falta de un terrorismo activo de corte yihadista en el reino de España, Rajoy ha desempolvado el misterio de ETA para volver a escenificar el acoso virtual de un terror también virtual, el de una banda desaparecida, ETA. El pasado día 12 de enero se detuvo a 16 ciudadanos, doce de ellos abogados, en varias ciudades del País Vasco acusados de colaborar con banda armada y delitos contra la Hacienda Publica. Y esto ocurría después de la manifestación a favor del “acercamiento de los presos vascos” en Bilbao el pasado 10 de enero. Ocurría también unas horas antes del macrojuicio de 35 personas acusadas de formar parte de la izquierda abertzale en los años 2005-2007. “Si no fuera porque estamos ya en campaña, pues no recelaríamos, no nos olería a chamusquina”, subraya el veterano periodista Iñaki Gabilondo”

Quizá esto explique que Rajoy no quiera irse sin hacer una muesca en el universo. Su práctica política recuerda mucho a una frase del moralista francés Rochefoucauld: “Para llegar lejos en este mundo, hay que hacer como si ya se hubiera llegado lejos”. También hay quien dice que la ambición es el estiércol de la gloria.