LA agitada semana escocesa que se salda con la derrota de la opción independentista, la victoria de quienes prefieren seguir formando parte del Reino Unido pero, sobre todo, la profundización en el método democrático por antonomasia (la votación y respeto a los resultados) constituyen una enorme fuente de inspiración para quien desee aprender alguna lección que sea aprovechable.

Cuando Rajoy, por ejemplo, se refiere a que se ha evitado la “inseguridad”, el “aislamiento”, la “secesión” y no sé cuántos males más con este resultado, está apuntando dos cosas. La evidente: que claro que le interesaba más allá de lo confesable el referéndum escocés por analogía con los problemas internos en el Estado español. La implícita: que para el presidente del Gobierno español lo importante es el resultado y no el método.

No es que el PP huya de la consulta a la ciudadanía como un gato escaldado del agua, es que ni siquiera toma nota de que Cameron ha accedido a una vía intermedia que ofrece más autogobierno negociado con el Ejecutivo de Edimburgo como peaje para convencer a los indecisos de que era más atractivo optar por la permanencia en el Reino Unido.

Pero hay algo aún más básico en democracia que Rajoy parece desconocer cuando felicita a los escoceses “por seguir en el Reino Unido”. Lo lógico en un demócrata es felicitar a los escoceses por haber tomado una decisión con plenas garantías democráticas. Claro que eso le conduce a una peligrosa derivada interior. Pero hagámonos una pregunta: ¿hubiera felicitado Rajoy a los escoceses si hubieran elegido la opción del sí?

El método, ahí está el quid de la cuestión. España tiene una Constitución cerrada que obedece a un periodo posfranquista y es cierto que, como siempre aducen PP y PSOE (anda que Sánchez también ha estado fino para saltarse la lección escocesa...), no permite referéndums de estas características. Pero en su mano está, si lo desean, dejar atrás ese texto antiguo para adaptarse a las democracias modernas y, sobre todo, más prácticas, que dan respuesta a las demandas sociales.

Eso en los referéndums vinculantes, porque de la misma manera que la Constitución no los autoriza, el mismo texto admite en su artículo 92 las consultas “sobre las decisiones políticas de especial trascendencia”. Es decir, que recurrir al latiguillo de que no se celebrará la consulta porque como dice Rajoy “mi obligación es cumplir y hacer cumplir la ley” es una enorme falacia que solo esconde su falta de calidad democrática. Y su nula voluntad de solucionar el mayor reto democrático que se le ha planteado a la España posfranquista. Llamarla “España democrática” es mucho llamar a la vista de los hechos.

No sé si Rajoy, y Sánchez, son conscientes de que sus posturas tienen un mal pase en una Unión Europea que avanza hacia convertirse en una suma de poderes locales y regionales, con o sin Estado, que no basan tanto su peculiaridad en la identidad sino en la capacidad de gestionar de mejor manera que los Estados-nación los retos de sus sociedades y los problemas cotidianos de su ciudadanía.

Pero no solo hay lecciones para los que desde fuera eran partidarios del no. También los nacionalismos, el vasco y el catalán, pueden extraer algunas conclusiones. La primera es la ampliación de la base social de sus reivindicaciones mediante un mensaje moderno. No se trata solo de tener más competencias en determinadas materias, o de tenerlas todas como en el caso del independentismo escocés, sino de proponer al mismo tiempo qué se quiere hacer con ese poder transferido o recuperado.

El SNP ha perdido en el referéndum, pero ha ganado al ampliar su potencial con mensajes que combinaban el llamamiento a organizar de una manera diferente los recursos económicos disponibles, con más atención al gasto social que viene recortando Londres, y la constitución de una nueva identidad escocesa multiétnica como tierra de acogida de inmigrantes frente a los cada vez más severos controles que impone Reino Unido para aceptar a los recién llegados.

En Escocia no estaba presente estos días Braveheart y su cara pintada de los colores azul y blanco en la cabeza de los independentistas, sino un líder que lanzaba mensajes europeístas que no se escuchan en la city londinense por temor al ascenso de la extrema derecha. La fórmula, pese a la derrota, ha funcionado. La duda es si seguirá funcionando en el futuro o ese mayor autogobierno les dejará satisfechos... al menos una generación, como vaticinó el propio Salmond antes de comunicar su renuncia.