EL anuncio por el primer ministro ruso, Dimitri Medvedev, de la puesta en efecto ayer del embargo a las importaciones agroalimentarias procedentes de la UE, Estados Unidos, Australia, Canadá y Noruega en respuesta a las sanciones económicas occidentales contra bancos, petroleras y empresas de defensa rusas por el protagonismo de Moscú en el conflicto armado en Ucrania; abre una guerra económica de horizontes indefinidos y consecuencias impredecibles. Más allá del cuestionamiento de las sanciones, que ni la UE ni Estados Unidos imponen a quienes en otros conflictos incumplen la legalidad internacional, el conflicto ucraniano ha sido la espoleta, quizás buscada, de un rediseño de las alianzas comerciales globales. Si la economía rusa ya había comenzado a resentirse -con una desaceleración que se calcula en el 0,3% anual- tras las sanciones a los bancos Sberbank, VTB , Gazprombank, Vneshekonombank y Rosseljozbank; a los que se les impide la financiación en los mercados de deuda europeos y estadounidense; la incidencia ahora del veto ruso a los productos agroalimentarios -12.000 millones de euros en 2013, de ellos 580 procedentes del Estado español- lastrará hasta en un 10% las exportaciones comerciales europeas. Y si la UE y EEUU calculan la relevante incidencia en la industria petrolifera rusa y algunos de sus principales proyectos, especialmente en el Ártico, de las sanciones que limitan la venta a Rusia de tecnología; Moscú ya ha respondido con la amenaza del cierre de su espacio aéreo a las aerolíneas europeas y estadounidenses que enlazan con Asia y el Pacífico, lo que supondría un sobrecoste insoportable para unas compañías con su viabilidad ya comprometida. Así, aunque difícilmente se llegue al punto de no retorno de la crisis, el de las sanciones occidentales al sector ruso de exportación de energía, por cuanto de momento la UE -y especialmente Alemania- dependen en gran medida del enorme tamaño del mismo; lo que sí se antoja evidente es el cambio de ejes en la economía mundial, con Rusia mirando a Latinoamérica y China en detrimento de quien ha sido hasta el momento su principal socio comercial, la Unión Europea, y en consecuencia en la geoestrategia global con un posicionamiento nítido en bloque de los países emergentes frente a lo que se ha denominado Occidente, con ambos actores en disputa a medio plazo por los mercados de los países aún en desarrollo.