Lecciones escocesas
El debate entre Alex Salmond y Alistair Darling confirma la enorme distancia democrática existente entre el Reino Unido y el Reino de España, también en el respeto a las naciones que ambos Estados contienen
EL debate entre el ministro principal de Escocia e impulsor de la campaña en favor del sí a la independencia, Alex Salmond, y el ex ministro británico de finanzas Alistair Darling, líder de la campaña Better Toghether (Mejor Juntos) que agrupa en torno al no a conservadores, laboristas y liberaldemócratas, ha reflejado una vez más, tanto en el fondo como en las formas, la enorme distancia democrática existente entre el Reino Unido y el Reino de España. Mientras el partido de gobierno del Estado español, el PP, anuncia que impugnará, aun sin conocer su contenido, la ley de consultas de la Generalitat que pretende dar vía a que los ciudadanos de Catalunya expresen su opinión en torno al modelo de relación de la nación catalana con el Estado español; Edimburgo y Londres han dado una lección de lo que debe ser la discusión -argumentación más bien- política en torno a un asunto tan crucial como la pertenencia de una nación, la escocesa, a un Estado supranacional como Gran Bretaña. Lo han hecho sin perderse en disputas y diatribas sobre la legalidad de una consulta que ambos parlamentos acordaron en consonancia con los principios democráticos más básicos y la larga tradición británica de correspondencia con los mismos; mucho menos respecto al derecho de los escoceses a considerar su independencia. Mientras el presidente del Gobierno español, Mariano Rajoy, se ha resistido todo lo posible a reunirse con el president de la Generalitat, Artur Mas, y ni siquiera ha respondido a la pretensión de hacerlo del lehendakari Iñigo Urkullu; el gobierno escocés y el gobierno británico mantienen cauces permanentes de consulta y contacto y Salmond y Darling se presentan a los escoceses en un largo debate que logra un éxito del 36% de la audiencia (1,7 millones de televidentes). Mientras ambos focalizaban el voto en torno a los beneficios que una u otra decisión reportarían a los escoceses, en el Estado español ni siquiera se ha llegado a esbozar más allá de interesadas proyecciones de base más que dudosa. Y mientras, en caso de victoria del no a la independencia, Downing Street, con el apoyo de la oposición, se compromete a revisar, y aumentar los niveles de autogobierno escocés; Moncloa prepara y desarrolla, con el plácet de la oposición socialista, una continua recentralización que refuerza el cepillado del Estatut y coarta el aún incumplido autogobierno aprobado hace ya tres décadas por los vascos con el Estatuto de Gernika.