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Inmigración, reticencias y necesidad

Incluso una sociedad como la vasca, que ha vivido el fenómeno en su doble sentido, no logra sustraerse a las corrientes de opinión y las actitudes que obvian principios básicos y cuestionan y señalan a los inmigrantes

LA constatación por el Observatorío Vasco de la Inmigración-Ikuspegi de una cierta ambivalencia respecto a los inmigrantes o el aumento en casi dos puntos (del 53,6 al 55,3) en el índice de tolerancia para con ellos no oculta los efectos que la crisis económica ha tenido -y aún tiene- en la relación de los vascos con las personas originarias de otros lugares que se insertan en nuestra sociedad. En realidad, el aumento del número de quienes opinan que los inmigrantes se benefician del sistema de protección social, así como de quienes consideran que se aprovechan de la Renta de Garantía de Ingresos (RGI), o de quienes afirman que esta renta hace que los inmigrantes no quieran trabajar no solo verifica una nítida mayoría reticente con la inmigración, por encima del 60%, sino que presenta una preocupante variación al alza de entre el 5% y el 7% en solo un año. Que la percepción social respecto a la presencia de población inmigrante sea asimismo muy superior a la real (se cree que supone el 16,5% de la población cuando no alcanza el 7%) no hace sino incidir en lo evidente: Euskadi tampoco logra evitar la penetración de un ya no tan incipiente y muy peligroso rechazo a la inmigración. Claro está que incluso para una sociedad como la vasca, en cuyo seno el fenómeno migratorio se ha dado profusamente en sus dos sentidos y que aun considera muy mayoritariamente que los servicios públicos de educación o sanidad deben ser universales, es evidentemente difícil sustraerse a esas corrientes de opinión. No en vano, tanto a nivel del Estado español como de la Unión Europea se suceden actitudes, incluso institucionales, que para la aplicación de normativas restrictivas que permitan aligerar el presupuesto público señalan a los sectores más excluidos, y entre ellos a los inmigrantes, obviando tanto principios y derechos históricamente asentados en el acervo político europeo como que la propia demografía y las necesidades de desarrollo económico señalan que una inmigración moderada es más imprescindible que necesaria. Pero precisamente es ante dichas actitudes que se antoja preciso afirmar esto último con rotundidad. Hacerlo nos permitirá contribuir a la integración de los inmigrantes y, por tanto, al respeto de nuestra propia diversidad. Por el contrario, pretender ignorar que a nuestro alrededor florecen de nuevo viejas doctrinas de corte populista y totalitario sólo contribuirá a abonarlas.