Optimismo... muy moderado
La coincidencia de datos positivos por los que la recuperación del sistema financiero parece repercutir de modo incipiente en las empresas no será real si no tiene traslado al bienestar de la sociedad y muy especialmente al empleo
SI los organismos internacionales y sus análisis macroeconómicos se esforzaban en apuntar al inicio del segundo trimestre una todavía incipiente recuperación económica y fijaban el horizonte del comienzo del final de la crisis en el inicio del próximo año, datos más concretos parecen acompañar las previsiones de crecimiento que ya habían adelantado el BBVA, el Banco Central Europeo o la Comisión Europea. La admisión ayer por la patronal guipuzcoana de un aumento de la confianza, las ventas y los pedidos, aun extremadamente moderado; el balance de 2013 realizado por la Asociación de Sociedades Laborales de Euskadi (ASLE), con un aumento nimio (0,7%) pero al fin y al cabo aumento de la facturación; los datos de crecimiento del comercio exterior por encima del 3% en Euskadi; el hecho de que, según el Banco de España y por primera vez desde 2010, la banca parece relajar los criterios de aprobación de créditos; o que la contratación de hipotecas creciese en marzo un 2% tras cuatro años de caídas... son todos parámetros positivos coincidentes que invitan a cierta esperanza aunque desde una extrema moderación. No pasan, en todo caso, de ser síntomas de que la recuperación del sistema financiero al que se han venido dedicando todos los esfuerzos públicos extraídos de la sociedad empieza a tener una mínima repercusión en eso que se denomina la economía real, aunque sea solo a nivel de empresas y aún deba trasladarse a los sufridos ciudadanos y especialmente a los desempleados. En el caso de Euskadi, a esas 178.000 personas sin empleo de las que noventa mil, más del 50%, son ya de larga duración (más de dos años sin trabajo). Y es preciso, en ese sentido, apelar a la responsabilidad de las instituciones públicas -desde Europa a Euskadi- para que se acompase el principio del cambio de tendencia con políticas encaminadas a eliminar definitivamente, sí, los lastres que nos llevaron a la recesión; también a consolidar en el medio plazo las fortalezas de nuestra economía mediante un aumento de la competitividad; pero sobre todo a preparar la traslación de lo que, según la teoría de los ciclos, se podría presumir como un comienzo de expansión económica a un bienestar sostenible de los ciudadanos mediante un reparto más equitativo de los derechos y las obligaciones.