LA debacle en las elecciones al Parlamento Europeo de los dos principales partidos del arco parlamentario estatal, PP y PSOE, con 5.141.474 votos (más del 40% de los 12.812.161 que sumaron en 2009) perdidos a partes casi iguales -2.596.014 el PP y 2.545.460 el PSOE- ha tenido la primera consecuencia en el tan largamente anunciado como pospuesto final de Alfredo Pérez Rubalcaba en la Secretaría General del Partido Socialista. Una simple diferencia de menos de medio millón de votos (los 478.172 que van de los 4.074.037 del PP a los 3.596.265 del PSOE) y, sobre todo, su presencia en el Gobierno del Estado y su mayoría absoluta en el Congreso han permitido sin embargo a los populares eludir su crisis -que seguirá larvada hasta las generales- y atreverse a entonar el triunfo pese a lo pírrico que este resulta. Quizás también ha colaborado en esa interesada ignorancia de la verdad el hecho de que al PP no le han brotado alternativas con éxito por su derecha (Vox es residual, Ciudadanos no le va a la zaga y los 4 escaños de UPyD, en realidad, no están lejanos al fracaso) sino que el evidente rechazo social se ha trasladado en su caso a la abstención. Por contra, al PSOE la fuga de votos se le ha ido al proyecto Podemos (1.560.346 votos), hoy personalizado en Pablo Iglesias, e IU (1.243.836). Y en la lectura de los resultados efectuada por Ferraz ayer pesó sobremanera el hecho de que esas dos opciones, sumadas a la de Primavera Europea (coalición de Compromis, Verdes, Equo...) suman prácticamente los mismos votos (3.403.689) que el Partido Socialista. Sin olvidar los que, en Catalunya, han ido a parar directamente a ERC. Por eso mismo, el PSOE cometerá un error seguramente irremediable si entiende su debacle como la exigencia de un mero cambio de secretario general o candidato, con primarias o sin ellas de por medio. Tanto o más que sus líderes, aferrados a las estructuras del partido por décadas, lo que le falla al PSOE es su proyecto, su carencia de alternativa a las políticas antisociales y exprimidoras de la derecha y su desmarque -que emana del acomodamiento al poder de tiempos de Felipe González- de la reivindicación y hasta del respeto a las diferencias nacionales. Sin una revisión muy crítica de esas renuncias ideológicas, el cartel electoral del PSOE, sea cual sea la cara que aparezca en él, se antoja abocado a nuevos fracasos que harían incluso peligrar su futuro como formación política.
- Multimedia
- Servicios
- Participación
