AHORA que gracias al bilbaino Álex de la Iglesia, las brujas, al menos las de Zugarramurdi, están de moda, recordamos que Julio Caro Baroja comparaba a los políticos modernos con las brujas antiguas, ya que a ambos se les atribuyen facultades muy superiores a las que realmente tienen, son buscados en un momento de ilusión, forman sectas con consignas secretas, defraudan de modo paralelo, en última instancia los males de la sociedad se les atribuyen en bloque y cuando se les condena es por embaucadores y embusteros.

Si para puestos no cualificados de cualquier institución pública las exigencias profesionales son cada vez más estrictas, para conseguir un cargo público no hay exigencia ni de capacidad profesional ni de comportamiento ético. Por supuesto que primero hay que ser elegido por el aparato del partido, donde al parecer tiene más opciones de premiarse la obediencia que la inteligencia. Esto provoca, además, contradiciendo a la legalidad, que los partidos digan que los escaños son suyos y establezcan sanciones en sus reglamentos al que se salta la línea oficial. Y, por supuesto, hay que ser elegido por las urnas, pero -y no es por ir a ejemplos socorridos de falta de garantía- hasta el mismísimo Hitler fue elegido por su pueblo. Eso sí, los llamados cargos de confianza no necesitan ningún refrendo popular. Sensu contrario, nuestros jóvenes bien preparados emigran para trabajar con suerte en minijobs. Bernard Shaw, mordazmente, decía que el que no sabe nada y cree saberlo todo está facultado para la política.

Así ocurre, lo dicen los estudios sociológicos actuales, que la clase política y por extensión la propia política se encuentran bajo mínimos en credibilidad. Que por tanto más que como solución es percibida como problema. Que ha dejado de ser un arte como postulaba Otto von Bismarck.

Es curioso, pero en lo único que coinciden todos los políticos es, además de en dar prioridad a asuntos propios, en subirse el sueldo. A nadie interesa que haya cambios en el derecho electoral o en el parlamentario, por ejemplo: un mínimo nivel de exigencia profesional para ejercer cargos públicos (así nos encontramos incluso con ministros o presidentes de gobierno sin titulación académica, conocimiento de idiomas, ni mayor experiencia laboral que su militancia política), que se pueda elegir en listas abiertas, que los elegidos no tengan obediencia debida al partido, que pueda haber distritos uninominales...

De seguir como estamos, puede ocurrir que un día se encuentren las urnas vacías y podamos ser presa fácil de demagogos, populacheros y dictadorzuelos. De momento, parece que están todos los políticos de acuerdo en que cuanta más abstención menos votos son necesarios para lograr los escaños y menor es el esfuerzo para llegar a conseguirlos; vamos, que si pudieran votar solo los militantes, mejor; y si lo hiciesen solo los aparatos de los partidos, miel sobre hojuelas. Igual se añoran los tiempos, no tan lejanos, en que las mujeres no podían votar, ni tampoco los faltos de recursos económicos, ni por supuesto los indocumentados... y además los votos se podían comprar.

Estoy generalizando, sé que es injusto, que hay nobles militantes (parece un oxímoron ya que la palabra como recordaba Javier Vizcaíno viene de militar) que lo dan todo por nada y que hay excelsos políticos que, sea por vocación de servicio, altruismo, notoriedad o lo que fuese, han sido capaces de dar lo mejor de sí mismos aún teniendo una brillante dedicación profesional más allá de la política (Iñaki Azkuna sería un buen ejemplo). Y no debemos olvidar a los concejales y alcaldes de pequeños municipios que no viven de ello y están comprometidos con su cercano entorno. Quizás la política municipal (y puede que por extensión también otras) más que ideología requiera gestión: para encargarse del alcantarillado, la iluminación o de las basuras es más útil el sentido común y la preparación técnica que la tendencia doctrinal o la carga ideológica.

En cuanto a la ética, para Maquiavelo la política no tenía ninguna relación con la moral y el profesor López Aranguren apreciaba que la moral se esgrime en la oposición y la política en el poder. Gracián sostenía que las cualidades personales deben superar a las obligaciones del cargo y no al revés. Y Montaigne, que fue a regañadientes alcalde de Burdeos, respiró tranquilo cuando pudo (como ya Platón intuía que era lo más difícil) abandonar la vida pública con las manos limpias. No obstante, siguiendo a Bauman, la modernidad líquida (es decir, no sólida) ¿valora los comportamientos éticos?, el déficit ético ¿es un problema político o de la sociedad en general?

Ahora que vuelven tiempos electorales, sería motivador, y puede que también utópico, que la política retornase (queremos creer que alguna vez lo fue) a ser un noble arte, realizado, como soñaba (aunque no siempre cumplía) Unamuno, no por personas partidas (de partido) sino enteras , con vocación de servicio, dedicación esporádica a la res pública, moral intachable y eminentes en su profesión habitual, es decir, realizado, no por brujas sino por artistas. ¡Qué lejos están, salvo excepciones, los perfiles de artistas y de políticos¡ Afortunadamente para estos, terminaba diciendo Caro Baroja, no existe la pena de hoguera como había para las brujas. Pero en fin, no demos ideas.