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La insoportable resistencia a la verdad

La medida ambiguedad del PP sobre el 11-M en el 10º aniversario de aquella tragedia es tan carente de vergüenza como la mentira inicial de Aznar y Acebes, amplificada durante años y aún hoy por su partido y los medios afines

EL décimo aniversario de los aún hoy espeluznantes atentados del 11-M en Madrid, que costaron la vida a 192 personas y causaron 1.800 heridos, y la unidad, hasta ayer inédita, de todas las asociaciones de víctimas de aquella masacre tampoco han traído consigo la superación de las insoportables resistencias al reconocimiento de la responsabilidad en otro ataque, si bien no tan cruento también deshumanizado: el que, desplegado desde el Gobierno español de entonces y el partido del gobierno español de entonces -pero también de ahora- trató de falsear la verdad de lo ocurrido. Lo atestiguan la medida ambigüedad, tan carente de rubor como aquella mentira inicial, con que la secretaria general del PP, María Dolores de Cospedal, defiende "no cerrar la puerta" y "arrojar más luz" sobre los atentados; las inconcebibles declaraciones del presidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González (PP), quien todavía ayuno de dignidad sostiene que existen "distintos puntos de vista" sobre el origen de los atentados; e incluso la apelación del ministro del Interior, Jorge Fernández Díaz, a "la verdad judicial" como si fuese posible esgrimir otra verdad que la demostrada pericialmente, sentenciada y asumida por todo el mundo salvo ellos. Porque si hay, en todo caso, otra verdad, que diez años después aún tratan de ocultar pero retumba en la conciencia de la sociedad junto a la inmensidad de la tragedia, es la de que el entonces presidente español, José María Aznar, su portavoz y ministro del Interior, Ángel Acebes, y todo su partido, el PP, pretendieron utilizar la más dramática de las violencias con bastardos fines electorales y espurios intereses partidistas, tal y como habían venido haciendo en tantas ocasiones con el drama de otra violencia, distinta de la radical islamista y en Euskadi trágicamente mucho más cercana. Una verdad que también señala a quienes después les apoyaron o trataron de encubrir presentando durante años hasta cuatrocientas interpelaciones parlamentarias. Y a los medios de comunicación que, por intereses políticos o económicos, escarbaron más allá de los límites de la realidad para, aun siendo conscientes de lo que hacían, dar forma a la denominada Teoría de la Conspiración, sin siquiera detenerse a pensar en que esta podía cundir y confundir a la sociedad y, sobre todo, a quienes merecían y merecen infinito respeto y ayuda: las víctimas.