LA no tan sorpresiva renuncia del concejal de Hacienda de Gasteiz, Manuel Uriarte, a la secretaría general del PP del País Vasco, es decir, a acompañar de número dos a Arantza Quiroga en el congreso que a partir del viernes debe ratificar a ésta como presidenta, no ha hecho sino confirmar la nada banal crisis que, soportada en egos personales y pulsos de poder interno, afecta a la delegación vasca del partido que preside Mariano Rajoy. Una crisis que, además, sucede a la que el PP ha tratado de sortear, sin demasiado éxito, durante la elección del nuevo líder de los populares andaluces y candidato a la Junta, Juan Manuel Moreno Bonilla. Ambas, por cierto, coinciden en la designación vertical de Quiroga y Moreno Bonilla y en la pugna entre territoriales y entre las diversas familias que se han ido formando dentro del partido, más por coincidencia de intereses que por discrepancias ideológicas sustanciales. Reflejo, por otra parte, de las disensiones que han arreciado en torno a la dirección estatal del PP ya antes de que se desatara el escándalo de la trama Gürtel pero con más intensidad desde entonces. Sin embargo, en esta zozobra de un Partido Popular que curiosamente maneja con mano de hierro la mayoría absoluta en las Cortes españolas, el caso del PP del País Vasco y la evidente pugna entre Quiroga y el portavoz del PP en el Congreso, el alavés Alfonso Alonso, resulta paradigmático. El repentino abandono de la política activa por Antonio Basagoiti apenas meses después del evidenciado fracaso de su alianza constitucionalista con el PSE de Patxi López y el nombramiento por designación de Quiroga, quien se ha mostrado muy poco hábil durante este tiempo en la gestión de los flujos internos pero también en ámbitos que exigen hasta mayor tacto y reserva, como el de la pacificación; ha acabado por desvelar las dificultades del PP para mantener, en una Euskadi en proceso de normalización -también en el Estado, como demuestra la aparición de Vox-, la cohesión que, a modo de respuesta, provocaba la violencia de ETA. Y aunque el congreso del PP del País Vasco del viernes y el sábado, que clausurará Rajoy, se pretenda bálsamo, consenso incluido, el PP tendrá por delante el muy complicado reto de aglutinarse en torno a un discurso y un posicionamiento distintos y acordes con la nueva situación política en Euskadi.
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