EL escenario político vasco, al menos en lo que tiene que ver con lo que se denomina "fin ordenado del terrorismo" de ETA, parece haberse situado en las últimas semanas en una vertiginosa espiral similar a una montaña rusa en la que los acontecimientos se suceden -en general, ante la absoluta indiferencia de la mayoría de la ciudadanía- con aparente gran velocidad pero de forma caótica y con continuos regresos al punto de partida. Podría concluirse que todo se mueve pero que todo queda igual. Una serie de movimientos que vienen precedidos de prácticamente dos años -desde que ETA anunciase el fin de la lucha armada- de absoluto inmovilismo e impasse, lo que acrecienta la actual sensación de vértigo, pero sin que se perciban resultados reales. Entre el colectivo de presos EPPK y ETA acumulan en pocas semanas al menos media docena de comunicados -el último, ayer mismo-, además de las idas y venidas de las comisiones internacionales de verificación, mediación y contacto -y sus incomprensibles y surrealistas comparecencias ante la justicia- y la penosa escenificación del ínfimo desarme, todo ello unido a foros, manifestaciones y debates, en general con más ruido que nueces. Junto a esta percepción, existe también la evidencia de la falta absoluta de pasos por parte del Gobierno español. La respuesta del presidente Mariano Rajoy en el reciente debate en el Congreso de los Diputados es elocuente: "no merece la pena", afirmó. No es esa la percepción de la sociedad vasca, que cree que sí merece la pena cualquier movimiento legal y democrático tendente a lograr de la organización ETA su desarme total, su desaparición y su reconocimiento del daño injusto causado. Por contra, el Estado parece empeñado en sabotear cualquier paso, estrategia en la que ha implicado también a Francia. Sin embargo, el Gobierno del PP está obligado ya a mover ficha, aunque probablemente no lo haga por interés puramente electoralista hasta los comicios europeos. Debe implicarse para verificar un desarme sobre el que ETA ha reiterado su compromiso de llegar hasta el final. Nadie entendería que no lo hiciera. Como nadie comprendería que ETA no dejase ya las palabras y los gestos y llevase a cabo un desarme real y efectivo junto a la asunción del daño causado. En definitiva, bajar de la montaña rusa, pisar suelo y dar pasos definitivos hacia la paz.