AKike Sola no le ruedan las cosas como le gustaría en su primera campaña en Bilbao. Bajo sospecha antes incluso de estrenarse, porque no estaría acreditada su valía como especialista de área, ni siquiera la desgracia de haberse pasado cuatro meses ingresado en la enfermería le vale de atenuante ahora que va poco a poco asomándose y ha dispuesto de tres titularidades y un puñado de ratitos para integrarse en la dinámica de la competición. El escepticismo inicial que generaba su contratación se habría reforzado con la escasa puntería que ha mostrado, que le mantiene con un único gol en su cuenta, intrascendente porque remataba una paliza que, para colmo, se consumó en la portería y el campo de su exequipo. El hombre salió orgulloso del estreno, aunque por no hurgar en la herida de Osasuna eludió corresponder a la efusividad de los compañeros que le felicitaron en el momento.

Después de jugar completo el partido del Villamarín, donde el rendimiento general dejó bastante que desear, Sola volvió a ser señalado. No se le perdona que de nuevo fuese un ariete inédito. No subió al marcador alguno de los tres remates que probó: el portero le detuvo dos y el linier erró al invalidar el que alojó en la red. Se diría que aparte de lo acertado que esté, no tiene suerte. De hecho para sus detractores pasó inadvertido que colaborase en los dos goles de su equipo, forzando el penalti que marcó Muniain y robando el balón que significó el 0-2. La verdad es que su actuación recordó mucho a otra en el mismo escenario, donde no paró de generar situaciones de peligro en vano. Ese día hasta la madera se le puso en contra.

El instinto para moverse y facilitar el pase amigo, la insistencia, las caídas a banda y el modo de proteger la posesión en espera de ayuda, un físico exprimido pese al déficit de rodaje en comparación al resto o la decisión que exhibe para apretar el gatillo, son asuntos invisibles para quienes aseguran que al Athletic se la han metido doblada con este punta. Como tantas veces ocurre en el fútbol, con Sola la crítica ha adoptado un tono muy ácido en poco tiempo, sin que objetivamente haya razones para ello. Lo peor es que la bola crece imparable, se ha levantado la veda, es un blanco fácil: sus estadísticas se esgrimen tergiversadas y enseguida se ha encontrado en la figura de Guillermo Fernández, que por algo el otro día la metió a la primera, a alguien que merece gozar de prioridad en los planes del entrenador.

Sola empieza a necesitar un partido donde las cosas le salgan a pedir de boca y, a poder ser, cuanto antes porque el personal se suele poner más susceptible en la recta final del calendario. Le vendría bien dado que ahora mismo parecen estar en franca minoría aquellos que opinan como hizo el exrojiblanco Ismael Urzaiz en estas páginas, en lo que de momento constituye una reflexión a contracorriente, aunque curiosamente pertenezca a un especialista en la materia: "El rendimiento de Kike Sola cada vez es mejor y algunos solo destacan que no ve puerta". Y cabría añadir: pues como no veía puerta hace unos meses Aritz Aduriz y antes otros que además, a diferencia de Sola, contaban con la ventaja de jugar siempre o casi. Mientras aguarda la visita de la inspiración o de la fortuna, habrá que confiar en que el delantero de Cascante sepa convivir con la adversidad, una compañera de viaje que nunca le ha dejado solo, apareciéndose en forma de descartes, lesiones, cesiones, competencia o, como ahora, incomprensión.