EL próximo lunes, 4 de noviembre, se cumple el 18º aniversario del asesinato en Tel Aviv de Yitzhak Rabin, teniente general retirado del Tsahal (Fuerza de Defensa de Israel) y premio Nobel de la Paz en 1994, precisamente un año antes de morir a manos de un estudiante universitario de la derecha radical judía opuesto a la estrategia de entrega de territorios por paz impulsada por Rabin.
Rabin fue también el primer ministro sabra del Estado judío. En Israel llaman sabras a los judíos nacidos en Palestina. Se excluye por tanto de esa denominación a los inmigrantes que fueron llegando desde el resto del mundo. La palabra sabra significa en hebreo higo chumbo. Los judíos encontraron en tan ríspido fruto, espinoso y duro por fuera, dulce y jugoso en su interior, un buen nombre para designar a los hijos de los pioneros agricultores que, a finales del siglo XIX y principios del XX, se establecieron en los kibutz (granjas colectivas) de la Palestina otomana, luego colonial británica. Palestina colonial británica. La dureza, espinas incluidas, constituye condición necesaria para la pervivencia en aquellas ásperas tierras de secano y desierto. Pero al mismo tiempo que las espinas protegen al fruto de los depredadores externos, captan la necesaria humedad que genera una sabrosa pulpa bajo la dura peladura. La metáfora se convirtió en realidad y el imaginario colectivo hebreo comenzó a dar por sentado que las mismas cualidades que posibilitan la existencia de los higos chumbos y que atribuían a los sabras, dureza externa y fruto interior, constituyeron la matriz a partir de la cual se fue moldeando el carácter nacional israelí, hasta entonces una mezcolanza de los modos y maneras existentes en las diversas procedencias de los llegados desde el este de Europa hasta Marruecos, desde los EE.UU. hasta Argentina.
Yitzhak Rabin, eso es incuestionable, fue un guerrero. No tenía 20 años cuando ingresó en el Palmaj, grupo de choque que en Euskadi se habría llamado Komando Berezia, de la Haganah, el ejército clandestino judío que operaba contra los ingleses durante la fase final de la ocupación colonial de Palestina. Su compromiso le llevó a la detención y encarcelamiento por los británicos en junio de 1946. Tras la guerra de la independencia de Israel, la Haganah se transformó en el ejército del nuevo Estado judío. Sin embargo, un "buen terrorista" no se transforma sin más en un "buen soldado". El nuevo ejército necesitaba profesionales de la guerra, así que envió a Rabin a una academia para jefes militares en Camberley (Inglaterra), donde fue recibido por el director, que no era otro que el comandante británico que le había detenido en 1946. Tales guiños de la historia no son cosa extraña en aquella parte del mundo. Ahora hace diez años, la Fundación Sabino Arana organizó una conferencia sobre la situación del conflicto palestino-israelí. Lo más optimista resultó ser el título del seminario: "Las razones de los razonables", porque pocos razonables identificamos entre los participantes y el debate acabó convirtiéndose en un larguísimo día de reproches cruzados, sobre todo, entre los judíos presentes. Lo inesperado resultó que uno de los conferenciantes, Jonathan Tzoreff, profesor universitario, excoronel del Tsahal, fuera también responsable de la prisión donde había permanecido recluido el también participante Sufran Abuzayda, en aquellas fechas viceministro de Relaciones Exteriores de la Autoridad Palestina. No es de extrañar que la región del mundo con más historia tenga tantas historias para contar.
Rabin alcanzó a los 31 años el grado de general, el más joven hasta el presente en la historia de Israel. Tras la Guerra de los Seis Días (1967) se retiró de sus funciones y siguiendo la misma trayectoria que otros comandantes como Moshe Dayan, Ariel Sharon y Ehud Barak, comenzó su carrera política, en su caso en el Partido Laborista, que le llevó en dos ocasiones a ser designado ministro de Defensa y en otras dos a ser elegido primer ministro de Israel.
Pero Yitzhak Rabin fue también un hombre de paz y eso le supuso la muerte. El 4 de noviembre de 1995 habló desde un estrado a una gran multitud, recordando su trayectoria vital de la siguiente manera: "Fui hombre de armas durante 27 años. Mientras no había oportunidad para la paz, se desarrollaron múltiples guerras. Hoy estoy convencido de la oportunidad que tenemos de realizar la paz, gran oportunidad. La paz lleva intrínseca dolores y dificultades para ser conseguida. Pero no hay camino sin esos dolores". Minutos después, cuando bajaba del estrado, fue asesinado.
Dos años antes, en 1993, con motivo del aniversario del Acuerdo de Paz de Oslo entre judíos y palestinos, se había dirigido a su pueblo con estas palabras: "Señoras y señores, hemos venido para decirles que es paz lo que nosotros soñamos. Es paz lo que deseamos. He venido aquí desde Jerusalén en nombre de estas miles de familias desconsoladas, aunque no les he pedido su permiso. Me hallo aquí en nombre de los padres que han enterrado a sus hijos; y de los hijos que no tienen padre; y de estos hijos e hijas que se han ido pero que regresarán en nuestros sueños. Y yo, con número de identidad 30743, teniente general retirado Yitzhak Rabin, un soldado del Ejército de defensa de Israel y un soldado en el ejército de la paz. Yo, que envié regimientos a la línea de fuego y soldados a su muerte, yo os digo que hoy nos estamos embarcando en una batalla que no tiene muertos ni heridos, sangre ni angustia. Esta es la única batalla que es un placer librar, la batalla de la paz. ¿Quién da forma a la historia? ¿Los líderes o las circunstancias? Mi respuesta para vosotros es: todos damos forma a la historia. Nosotros, las personas. Los agricultores detrás de nuestros arados, los profesores en nuestras clases, los médicos salvando vidas, los científicos con sus ordenadores, los trabajadores en sus cadenas de montaje, los albañiles en sus andamios. Nosotros. Nosotros, las personas, damos forma a la historia".
Esta convocatoria personalizada de Rabin, dirigida a todos y cada uno, resulta de lo más pertinente. ¿Cuántas veces se reitera, dale y dale bola, entre nosotros, en Euskadi, la necesidad de la intervención de los "agentes sociales", para consolidar la paz? El término me resulta pedante y la llamada, paradójica, pues esos "agentes sociales" no son otros que los partidos, sindicatos y grupos de interés que de oficio tienen la obligación de conseguir la paz. En cierta ocasión, en su mejor momento, dijo Aleksander Solzhenitsyn: "Si quisieras cambiar el mundo, ¿por donde empezarías? ¿Por ti o por los demás?".
Si concluimos que Rabin tenía razón cuando nos interpelaba a todos para dar forma a la historia, para dar forma a la paz, para contribuir cada uno en la construcción de una sociedad libre del miedo, de la venganza y de la resignación, es que estamos usando la cabeza.
Era el sueño del higo chumbo, la epifanía del sabra conocedor de que la guerra sin fin es una calamidad. Casi tan calamitosa como la victoria que pretende la sumisión total, ideológica y política, del vencido, pues la historia nos enseña que el vencido encadenado de hoy es el insurrecto desencadenado de mañana. Repasemos la historia de nuestro país, usemos la cabeza.