EN la misma semana se nos han juntado la aprobación de la Lomce y los datos sobre el aumento de millonarios en España, el octavo mayor incremento en términos absolutos entre las economías mundiales. No parece descabellado mezclar educación y millonarios cuando un país como Estados Unidos, con su 42% de fortunas del total mundial, acoge las mejores universidades del mundo, todas de carácter privado y cuyo mantenimiento y prestigio no ha de sostenerse solo con los altos ingresos por matrícula de sus estudiantes.
Cada vez que escuchamos la labor de los multimillonarios filántropos, siempre nos situamos en ese país de los Bill Gates o Warren Buffets, cuya reputación como empresarios se basa también en su carácter humanista. Parece fácil practicar la filantropía cuando entra el dinero a espuertas pero conviene recordar que no es lo mismo ser generoso que espléndido, porque este último se queda lleno de sí mismo en la sola manifestación de dar muchas veces y en abundancia mientras que el generoso añade, a la donación, el gesto que no tiene que ser ni cuantioso ni material. Otra forma de filantropía puede estar en la ocultación de estas donaciones de los grandes millonarios, sin embargo, es complicado encontrar esta tipología en Europa.
La razón pudiera estar en, una vez más, la sociedad de los desiguales: mientras los millonarios estadounidenses se han forjado a sí mismos, los europeos, al menos muchos de ellos, pertenecen a la casta de una aristocracia venida de siglos y solo se reconocen entre ellos como nobles o portadores de títulos. Ni siquiera el amor a su país parece una razón para ofrecer a la sociedad algo valioso porque de ella nada tomaron y han vivido siempre, ellos y sus antecesores, tan sobrados de dinero como carentes de proximidad. El aristócrata español, francés o belga, nada tiene que ver con los ciudadanos de sus países, no se siente parte de la sociedad, sino de las filiales aristocracias. Un noble español se sentirá más hermanado a un noble luxemburgués que a un español corriente porque solo se sienten concernidos por su casta y es el nacimiento el que los clasifica en la élite del dinero y de la cuna.
Y así resulta complicado que pueda existir un filántropo para mejorar universidades, el acceso a la salud o luchar contra la pobreza en aquel que no se siente igual a los demás porque no entró, por innecesaria, en la rueda de las oportunidades para después, como otra oportunidad, poder devolver, no solo a la sociedad sino al futuro, gran parte de lo que habría conseguido por sí mismo.