CONOCÍ al lehendakari Aguirre antes de nacer, en su primera visita a la Argentina. En la foto que guardo como tesoro, un grupo del Laurak Bat de Buenos Aires rodea al diplomático panameño Dr. Guardia Jaén y a su esposa, junto al lehendakari Aguirre, al que flanquean mis aitas. Los hombres resguardados con pesados abrigos y las mujeres adornadas con pamelas floridas y tapados cortos de lana, miran sonrientes a la cámara en aquel octubre austral (?) de 1942.

Después le recibimos con flores en el aeródromo de Carrasco, Uruguay, con txistus en el aeropuerto de Maiquitía, Venezuela, momentos de los que también guardo fotos. Lo recuerdo siempre tocado con su sombrero y cubierto con su sobretodo, clavando su mirada franca en cada uno y en todos nosotros, y despachando sus convincentes discursos que nos trasladaban su optimista esperanza de retorno. Sus visitas a las Eusko Etxeas de América tenían como propósito primordial revigorizarnos el espíritu porque aseguraba que no habíamos perdido una guerra, sino una batalla, y asegurar el mantenimiento del Gobierno vasco del exilio, representante de nuestra protesta en los escenarios europeos y americanos. La tarea recayó primero en los vascos argentinos, luego pasó a manos de los vascos venezolanos.

El lehendakari Aguirre fue recibido con protocolo de jefe de estado en muchos países americanos. Hombre de EAJ/PNV, cuyos estatutos reformó con Manuel Irujo, su carácter abierto, tolerante e integrador, lograba que sus objetivos políticos recalaran en cuantos cooperaban con él. El lehendakari llevaba la ikurriña posada como una capa de viaje sobre sus hombros peregrinos.

Cuando murió, el mundo vasco sintió una conmoción semejante a un terremoto. Una especie de orfandad. ¿Qué vamos a hacer sin el lehendakari? preguntaron todos, tal como lo habían hecho cuando hubo de abandonar Bilbao en 1937, cuando cruzó la frontera de Catalunya en 1939, cuando en mayo de 1940 desapareció en Dunkerque.

?Nadie hablaba del lehendakari por temor a cometer una indiscreción aún en nuestra ignorancia de su paradero, repetía mi madre, pasajera del Alsina y del Quanza, rumbo a América, junto a mi padre, Vicente/Bingen Amezaga, Tellagorri, Telesforo Monzón, Francisco Bastarretxea, Luis Bilbao, Lucio Aretxabaleta y sus familias, y la hermana del lehendakari, María Teresa. Rezaban por su salvación en las cubiertas de los barcos de su expatriación, mientras Manuel Irujo desde Londres, para confortar el ánimo de la dispersa comunidad vasca, organizó un Consejo Nacional Vasco, a la espera de su reaparición. Porque no se permitieron la duda de su muerte.

Todos sufrieron experiencias dramáticas en aquella Europa en guerra, pero el lehendakari las superó: tras la toma de Dunkerque, donde permanecía con su familia, por las tropas alemanas, hubo de transitar por los pueblos ocupados de Europa accediendo a Berlín, en una odisea singular y valiente de desfiguración, que cubrió el tiempo que va de mayo de 1940 a julio de 1941.

Escapó de la desolación de Dunkerque, permaneció en un colegio de jesuitas en Bruselas mientras iba realizando la gran transformación que culminó en Amberes, dejando de ser José Antonio Aguirre, el lehendakari, para convertirse en el hombre de negocios de Panamá, Álvarez Lastra. Se le iba en ello la vida y también su condición de representante del pueblo vasco, pues su sentencia de captura y muerte era firme, antecedida por la de Lluís Companys, entregado por los nazis a los franquistas y fusilado el 14 de octubre de 1940, en Montjuic.

Aguirre fue auxiliado para exhibir una personalidad avalada por falsos papeles de identidad, otorgados por el cónsul de Panamá, Dr. Guardia Jaén, que lo hizo panameño, avalado por el ministro de Panamá, Villalaz, los cónsules de Venezuela, Rómulo Araujo y Zerrega Fombona, que dieron venezolanidad a su mujer e hijos, el ministro de Santo Domingo, Despradel, el de Argentina, Olivera, los de Chile y México, así como el que ejercía de ministro y Encargado de Negocios de Estados Unidos en Berlín, amigo de George Steer y Stevenson, cónsul que fue en Bilbao y por ese tiempo en misión en Moscú, y que se movieron activamente en el proyecto de tutela del lehendakari. Por semejante acción temieron represalias, pese a su inmunidad diplomática, pero eso no les detuvo. Se contaban entre los hombres del bien que querían detener el avance de los hombres del mal de su tiempo.

Álvarez Lastra, el estanciero de Panamá, transitó por las calles de Berlín en la primavera e inicios del verano de 1941 y partió, accediendo a Suecia, al embarque hacia América con su esposa y sus hijos. En su libro De Gernika a New York pasando por Berlín, publicado por la editorial Ekin de Buenos Aires, 1942, con ediciones posteriores, cronica Aguirre, día a día, las fortunas e infortunios de su odisea, desde el momento en que en Gernika juró su mandato como lehendakari. Su vacilación entre la esperanza y la desesperanza, su conflicto de soledad y su temor por la seguridad de su familia y compatriotas, dejando ver su aguda visión de una famélica Alemania, dueña entonces del mundo, y augurándole tal poder por tiempo corto. Y destaca en cada línea de su diario, la invencible fe, pese a sus precarias condiciones, del futuro de libertad para el pueblo vasco que tan dignamente supo representar.

* Bibliotecaria y escritora