El conformismo
A todos los burros les gusta oírse rebuznar, nos gusta sí, vamos a ponernos nosotros por delante para que nadie se espante. Normalmente hablamos para que nos escuchen, porque nos reconforta transmitir nuestras opiniones, compartirlas con el público que las demanda y hasta con aquellos que no tienen ningún interés en lo que tenemos que contar. Ahora bien podemos tener razón o estar más desatinados que una escopeta de feria.
Todos los amantes del debate opinamos sobre aquello que se nos pone a tiro y soltamos argumentos en cualquier foro en el que pensamos que interesa lo que vamos a decir. Nos recreamos en la fugaz conversación de escalera, en el más prolongado chismorreo que surge en la barra de un bar, en la argumentación más académica que emerge en una reunión formal, y por supuesto nos explayamos cuando nos piden nuestro dictamen serio sobre algo, por ejemplo un artículo. Ahora bien, el que mejor vista su soflama no necesariamente es el que tiene la razón o las mejores reflexiones que compartir.
Hay una pose habitual en el combativo discutidor profesional, la de defender los postulados con uñas y dientes, intentando convencer al que difiere de su visión de las cosas. Los que disfrutan de la dialéctica siempre creen que el debate permanente es el único antídoto contra la manipulación de la opinión. Si hay debate, es abierto y participativo y lo protagonizan voces discordantes es probable que salgamos con alguna reflexión que pueda ayudar a variar nuestra percepción de las cosas, por muy enrocados que estemos en la defensa de nuestros argumentos.
Lo mismo ocurre a mi modo de ver en batallas verbales de origen doméstico, político o deportivo. En todas ellas se trata de hacer prevalecer tu interpretación, decir la última palabra y que ésta parezca una sentencia irrebatible. El Athletic como es obvio no es ajeno a estas discusiones. Batallamos a diario, ponemos en solfa todo lo que vemos o escuchamos, y pocas veces nos convence porque el conformismo no está bien visto por lo general en el universo rojiblanco.
Es tanto así que la unanimidad se ha convertido en un elemento extraño en las chácharas futboleras. De aparecer lo hace exclusivamente en aquellos casos en los que se buscan chivos expiatorios que alivien la rabia que se siente por ejemplo después de encadenar unos malos resultados.
Todos en Bilbao sabemos cuáles son las dianas más recurrentes sobre las que descargar nuestras iras para parecer coherentes con el sentir común de la parroquia, últimamente casi siempre son las mismas en el caso del Athletic. Es frecuente escuchar aquello de "el portero está como un flan y necesita lentillas, la defensa es más endeble que un contenedor lleno de blandiblú, los delanteros no se la clavan ni al arco iris". ¿Y el presidente?, "está desaparecido, ni está ni se le espera". Expresiones periódicas que suelen servir para atenuar el coraje que nos dejan los tropiezos de nuestro equipo. A veces genéricas otras personalizadas. "¿Herrera cuándo va a volver de Manchester? ¿Iraizoz cuándo va a despejar un balón en vez de dejárselo a huevo al rival? ¿San José cuándo va a dejar de parecer una madre en defensa? ¿Urrutia cuándo va a conceder una entrevista?"
Indudablemente, estas aseveraciones están inspiradas en la percepción que de las cosas que ocurren en el campo tienen los aficionados, son eso, apreciaciones aunque no la verdad absoluta. El portero, aunque tenga mucho que mejorar, evidentemente, no es el culpable de todos los males del Athletic. La zaga, aunque blanda y generosa, tampoco es responsable de matar a Gandhi, aunque esté muy alejada de la contundencia que exhibían los históricos defensores rojiblancos. Y en cuanto a la puntería de nuestros delanteros, ¡qué les vamos a decir! En estos casos, el acierto goleador siempre es cuestión de rachas. Fíjense, por ejemplo, en el estado de gracia que vive Ibai.
Como ocurre a menudo en la vida, la felicidad se alcanza cuando uno consigue lo que cree que le corresponde por los méritos contraídos. Pero una cosa es la justicia y otra el resultado de los acontecimientos, una cosa es la insatisfacción permanente y otra el conformismo racional, que no significa dejar de ser ambiciosos. Yo sigo abonado al optimismo, y prefiero agarrarme a los elementos positivos que sí veo en este nuevo proyecto, que flagelarme por los defectos crónicos que a los ojos de los agoreros parecen tener más fuerza que los primeros. Se trata de sumar, no de restar. Ya decía un viejo proverbio chino: Es mejor encender una vela que maldecir la oscuridad. A pesar de todo estamos rozando la Champions.