NOS quedaban pocos placeres gratuitos y parece que van a empezarnos a cobrar por el último de los placeres solitarios que aún presentaba síntomas de gratuidad en lugares públicos. Empezaba a escribir este artículo cuando me sorprende la noticia de que Renfe, Adif o como quiera que le llamen ahora a ese negocio de los trenes, quiere cobrar sesenta céntimos por uso de los wáteres públicos de sus estaciones, es decir, que si un pasajero/a de cercanías de billete de dos euros y medio tiene un apretón en plena vía pública de tren tendrá que dejarse casi un veinticinco por ciento del importe de su viaje en algo tan natural y hasta ahora tan gratuito como visitar a Roca. Nos dirán que - en los países civilizados- es una costumbre antigua y también justifican esta nueva medida aduciendo razones de mejora del servicio. En el fondo, una privatización más de un hasta el momento servicio público ya que la empresa adjudicataria del negocio tiene que rentabilizar la inversión. Habría que recordar al genio de esta feliz idea que la obligación de mantener los servicios limpios y gratuitos es casi constitucional y que si una empresa pública no llega a realizar bien dicho servicio pues se cambia al responsable pero, no, es mucho más barato privatizar el servicio. Una maldad en forma de pregunta: una vez dentro, cómodamente sentados después de haber abonado los sesenta céntimos, ¿será gratuito el uso del papel higiénico? O también habrá que introducir una monedita por la ranura para que asomen cincuenta centímetros de papel. ¡Ay, aquellos ya lejanos tiempos en que nos limpiábamos con las ásperas y entintadas hojas de La Gaceta del Norte?!
Pero yo no quería escribir hoy de este tema porque tenía otro más interesante: el otro día escuché a Felipe González - cual oráculo inefable e infalible- sentenciar acerca de la consulta catalana con tal rotundidad que me dejó preocupado y -poco más tarde- leyendo la recomendable novela-libro de memorias de una francesa llamada Annie Ernaux (Los años) pillé la siguiente frase cuando la autora -ya sexagenaria- confiesa su desencanto ante la segunda ascensión de Mitterrand al Elíseo con estas palabras: "Valía más vivir sin esperar nada de la izquierda que estar continuamente irritado en manos de la derecha" y lo de la irritación no tiene nada que ver con La Gaceta del Norte como papel higiénico.
Sumando la aparición de Felipe González y la frase de Annie Ernaux, uno se pregunta por el rastro de política de izquierda que han dejado los gobiernos socialistas en ese país llamado España. Aceptemos que -en lo social- se lo curraron y que dieron la vuelta a la herencia legal franquista pero -en lo económico- es como si no hubiera existido gobierno alguno de izquierdas desde el 20 de noviembre del 75. Desmontaron el poder de la Iglesia y el ejército pero no pudieron hacer nada contra los poderes fácticos modernos como la banca y las empresas eléctricas que -hoy como antes- son quienes marcan la pauta que ha de seguir de forma obediente el gobierno de turno -sea cual sea su color ideológico-. Por eso la autora francesa reconoce -después de muchas desilusiones políticas- que se vive mejor con un gobierno de izquierda aunque sin esperar grandes cosas de él que con un gobierno de derechas que -como ahora en la Moncloa- nos irrita tanto a golpe de decreto-ley que hasta autoriza la privatización del servicio de wáteres públicos de las estaciones ferroviarias. Siempre habíamos creído que era difícil privatizar más cosas todavía, yo -de hecho- ni siquiera pensé en la posibilidad de la privatización de los wáteres públicos de los trenes pero siempre existe alguien más listo, más ladino y con menos escrúpulos que nosotros que acecha la mínima ocasión para hacer negocio incluso con algo tan natural como las necesidades fisiológicas del personal. Estas han tenido mil nombres a lo largo de la literatura universal pero yo creo que el más usado y más educado es aquel de "vaciar los intestinos". Pues bien, ya no podemos ni vaciar nuestros intestinos de forma gratuita. Investigaré y la próxima semana les contaré si en la tarifa de sesenta céntimos va incluido el papel. De lo contrario -y después de pasar por caja- podremos entonar aquello tan popular de "¡cag?.. y sin papel!".