TRAS casi dos años de la renuncia de ETA a su violencia, aunque sin entregar todavía sus armas ni desaparecer como organización armada, a la espera quizá de una problemática negociación con los gobiernos español y francés, la situación del País Vasco pretende ser la de una etapa de reconciliación y convivencia hacia la paz y de ajuste de la comunidad nacida del entorno de ETA en la sociedad vasca actual. El Gobierno vasco ha presentado un Plan de Paz y Convivencia, incluso el alcalde de Donostia por EH Bildu ha convocado para octubre un foro de alcaldes de ámbito internacional para la paz, gesto para unos audaz, para otros un tanto cínico pero, en cualquier caso, no sorprendente dada la manera de ser y actuar de la izquierda abertzale, que ya adelanta su hoja de ruta en esa construcción de la paz.

En este ambiente, encuentro una curiosa coincidencia. Varios escritores atribuyen a la izquierda abertzale los caracteres de una religión. No sé si tiene que ver con la dificultad que esa comunidad nacida del entorno de ETA tiene para ajustarse a la sociedad vasca actual, democrática, laica o secularizada o es pura coincidencia. Lo cierto es que se niega a condenar expresamente a ETA y su violencia; que se resiste a reconocer el daño causado por ella sin recurrir a sus propias víctimas; que no se aviene a asumir su propio pasado dejando constancia de ello o pretende pasarlo como gato sobre brasas, etcétera. Sea por el motivo que sea, atribuyen a la izquierda abertzale (IA) los caracteres y elementos fundamentales de la religión y su sacralidad: "religión sustitutoria de corte totalitario", "religión política que tiene en los sistemas totalitarios su arquetipo más fiel", "religión civil, sin Dios", con referencias al nazismo, fascismo, etcétera. El último articulista de esta serie es Luis Haramburu Altuna.

Estos escritores se refieren muchas veces a la IA como el "nacionalismo más radical", el "abertzalismo radical", como si, tratándose del nacionalismo vasco, el término radical bastara para designar a la IA. En cuestión de nacionalismo vasco, puesto que hay nacionalistas que aspiran o se contentan con una autonomía más o menos amplia, otros con un federalismo o confederalismo, incluso con esa "relación amable con España", mediante "un pacto político duradero y estable, no secesionista, entre Euskadi y España", el término radical, conviene, y así lo he usado siempre, al nacionalismo "independentista, con Estado propio", con una independencia igual a la que en cada momento tenga Alemania, Bélgica, Francia, Italia, etc., como la conseguida por Eslovaquia o Eslovenia, o la que aspira a conseguir Escocia si gana el referéndum previsto para el 2014.

Y esa aspiración a la independencia dentro del nacionalismo vasco no es originaria ni patrimonio ni exclusiva de la izquierda abertzale. Cien años antes de la aparición de Herri Batasuna, había lanzado su Bizkaya por su Independencia, Sabino Arana; quien muy pronto, en vez de Bizkaya, puso su Euzkadi, o los que él llamaba los "siete estados vascos". Y, cuando los peneuvistas lanzan su "Gora Euskadi Askatuta!", hablan de independencia, lo mismo que sus gudaris del 36 al entonar aquello de "Euskadi aska-tzeko". Independencia que seguirá estando en el horizonte de ese partido, en el sentido en el que la tenga cualquier Estado de los que integran la actual Unión Europea.

Pero volvamos a la religión de la izquierda abertzale. Felizmente ya no existen en el Estado español partidos políticos confesionales. El Papa Francisco ha mostrado las ventajas del Estado laico. No excluyo que entre los seguidores de la izquierda aber-tzale haya fieles de alguna religión tradicional. Pero no es esa religión o religiosidad personal de algunos, a la que se refieren dichos escritores cuando achacan al aber-tzalismo de izquierdas las características de una "religión sin Dios", de la "sacralidad de su ideario", del "absoluto trascendente de lo vasco o del Pueblo Vasco", de "la devoción y emoción en la defensa de las esencias de ese pueblo, de la patria irredenta", del "culto a los héroes o mártires, caídos en la lucha por la independencia", del "seguimiento acrítico y ciego de sus fieles a la infalibilidad de sus líderes", etcétera, etcétera.

Pienso que con esta metáfora de religión y sacralidad enfatizan los articulistas esa tenacidad desmedida y apasionamiento con que la izquierda abertzale defiende y pretende imponer sus ideas y opiniones políticas y la puesta en práctica de las mismas, que es precisamente como la RAE define el fanatismo. La metáfora no es nueva. La han usado sobre todo los románticos alemanes al tratar del nacionalismo en general, destacando sus peligros o previniéndolos, desde el siglo XVIII hasta el nacional-socialismo del XX.

Quiero hacer a este respecto dos precisiones. Primera. Con esta metáfora se hace un mal e injusto servicio a la religión, al colgarle como uno de sus atributos el fanatismo. La religión, cualquiera que sea la etimología del término, tiene que ver con la divinidad, con ese algo o alguien absoluto, trascendente al cosmos, a todo lo demás, que es inmanente a este mundo, a todo lo temporal, histórico, relativo.

Si alguien cree en ese absoluto, por lo tanto único, y esa convicción es realmente algo definitivo en su vida, nada ni nadie puede ocupar su lugar. Solo Dios es Dios, y esa creencia le vacuna inexorablemente contra todo ídolo vano. No hay otro absoluto, ni otra trascendencia. Hay que decirlo: ni lo vasco, ni el Pueblo Vasco, ni lo español ni lo francés, ni ningún otro pueblo, ninguna lengua, ninguna cultura deja de ser siempre algo relativo, temporal, histórico. Han dejado de existir numerosos pueblos, estados, lenguas y culturas. Por otra parte, el absoluto no nos es asequible a los sentidos. Su existencia nunca podrá ser probada con argumento racional de manera concluyente. La fe en él, la religión es libre, aunque plausible en todo tiempo, y por naturaleza contraria a todo fanatismo.

Sin embargo, puede haber algo de verdad al achacar de fanatismo a la religión, puesto que ha habido épocas en que en nombre de la religión cristiana y de su Dios o de cualquiera otra se han cometido atrocidades increíbles, por confundir la religión y su ortodoxia con el mismo Dios; atrocidades más que superadas precisamente en el siglo XX, siglo del secularismo. Cuando en el XXI sigue habiendo fanáticos del deporte, de la nación o del Estado, hay que preguntarse qué es el ser humano para pasar de esa manera no solo la barrera de la razón, incluso hasta de la ética y moral más elementales.

Mi segunda precisión es un contrapunto a la primera. Solo Dios es Dios, pero existe el mundo material, existimos las personas humanas en el tiempo, en el escenario de la historia. Nos relacionamos con ese mundo y entre nosotros mismos. Formamos familias, comunidades, linajes, pueblos, lenguas y culturas distintas? fruto y cuna de nuestra razón, de nuestros sentimientos y emociones -"¿qué sería el mundo y la vida misma, sin sentimientos?", me dijo una científica racionalista regresando de una fiesta familiar al caer de la tarde, una tarde apacible, tierna y silenciosa- y tenemos valores que nos dicen a una que todas esas creaciones nuestras, a nivel de lo humano, temporal e histórico, merecen conservarse, desarrollarse y diferenciarse, razonablemente, sin fanatismo alguno, para bien particular y de la humanidad. Y ese es el campo de la profesión, de la ciencia, del arte, de la política. Y también de la religión.

Volviendo al tema de la IA, varios de esos articulistas sostienen que su nacionalismo o abertzalismo es "de corte totalitario" o "tiene en los sistemas totalitarios su arquetipo más fiel". Esto me trae a la memoria algo en que la izquierda abertzale insistió como fundamental durante mucho tiempo y últimamente silencia significativamente. Su lema fue no solo la independencia sino al mismo tiempo y como algo intrínseco a ella: "independentzia ta sozialismoa", es decir, su carácter de "izquierda", que pasa a ser el sustantivo en su denominación de izquierda abertzale. Pero ¿de qué socialismo se trata? ¿De qué clase de izquierda?

Cuando, en 1979, apareció por primera vez Herri Batasuna como coalición electoral de un revuelto de siglas de colectivos políticos más o menos revolucionarios, había en él un partido verdadero, cuyos estatutos analicé en este mismo diario y califiqué de perfecto "Catecismo marxista-leninista". Se llamaba HASI. Fue presidente del mismo, para mi sorpresa, aunque no sé desde cuándo, un amigo del mismo portal y de mi familia; pediatra de profesión, gran euskaltzale y gran persona. Murió vilmente asesinado. Santi Brouard. Durante años, en su embarcación en aguas de Lekeitio o en las excursiones del grupo de pelotazales, jamás le había oído hablar de política. Pero un día, a raíz de algo que no tengo bien aclarado, huyó a Iparralde. No pude visitarle allí; nuestro hermano sí lo hizo varias veces. A su regreso noté un gran cambio en Santi. No tuvimos ocasión de vernos en bastante tiempo, hasta un día en Lekeitio: "Aspaldiko!", me dijo y nos abrazamos. Poco después le asesinaron.

HASI era la referencia más clara sobre la ideología de izquierdas de la izquierda aber-tzale, aunque sus líderes no lo dijeran o lo ocultaran. Pero cayó el muro de Berlín, desapareció la URSS y quedó al descubierto el rotundo fracaso del "socialismo real". Si nunca ha sido clara la izquierda abertzale de cara al público respecto a esa ideología, muchos siguen pensando que, a pesar de todo, no ha cambiado en absoluto. En un acto televisivo pero informal, hace ya tiempo, un periodista preguntó a Arnaldo Otegi: "¿Cuál es su doctrina sociopolítica?", Y el líder, haciendo gala de sus tablas, salió por peteneras: "La defensa de los derechos humanos". El que estaba a mi lado me preguntó: "¿qué ha dicho?". "Nada -contesté-; aunque es de Elgoibar, ha hecho un chiste judío. ¡Los derechos humanos!

Como he dicho, ahora no veo aquellas pintadas "Independentzia ta Sozialismoa!". Pero ¿qué socialismo? No sé si los escritores que cita Luis Haramburu son demasiado suspicaces o imaginativos cuando captan ese "corte totalitario" o ven "en los sistemas totalitarios su arquetipo más fiel".