LA política es un espectáculo muy significativo que solo comprenden los que son capaces de contemplar la realidad con verdadera independencia de juicio, como lo vería un extraterrestre. Ahora la política no está en su mejor momento y padece un injusto deterioro ante la opinión pública; pero ni la sociedad es tan inocente ni el sistema ha fracasado por concepto. Vayan ustedes, sin ir más lejos, a una comunidad de propietarios cualquiera y verán retratados a escala todos los defectos que se denuncian de la clase política: escaso compromiso, falta de diálogo, enfrentamiento en reuniones, rencillas vecinales, problemas de convivencia, impagos, mala gestión de las cuentas, favoritismo a proveedores, deterioro de los bienes comunes, aplazamiento de decisiones, fraude en la contratación y hasta apropiación indebida. ¿Puede la democracia liberarse de unos males que proceden de su raíz social? Nos convendría ser indulgentes con la política (no con los delitos) aceptando las limitaciones de los seres humanos. El modelo actual solo mejorará en la medida que lo hagamos cada uno en nuestro ámbito.

Particularmente curiosa es esa tendencia a endosar al rival apaños y responsabilidades que les son igualmente propias, lo que lleva a similitudes de comportamiento impensables entre fuerzas antagónicas. En Euskadi, arrebatada por los extremos ideológicos y los efectos de la larga historia de la violencia, se percibe esa identidad táctica, de discurso y de actitud en los dos polos ideológicos, Bildu y PP, que a juzgar por sus actuaciones en tareas de gobierno se diría que tienen el mismo proyecto o al menos son socios inseparables. Uno cierra los ojos y escucha por separado a los dirigentes de la derecha y a los gestores de la Diputación de Gipuzkoa y cree con certeza que unos y otros comparten objetivos. Dicen y hacen lo mismo allí: son una fotocopia.

Lo que identifica e iguala las medidas de Rajoy y Garitano es, en primer término, el uso compulsivo de los mantras, esas invocaciones verbales que buscan la transformación mágica de las ilusiones en realidad. Ambos gobiernos, el español y el foral guipuzcoano, apelan a la misma excusa para avalar sus respectivas políticas de recortes: la herencia recibida, generalmente referida a la deuda pública, como si este condicionamiento, del que no eran ajenos, le exonerara de toda responsabilidad a la hora de aplicar selectivamente decisiones que provocan la merma de los derechos de los ciudadanos. La apelación a la herencia para la evasión partidista deja entrever la incapacidad de los administradores institucionales para encontrar soluciones a las que estaban comprometidos por programa electoral. ¡Ah!, el incumplimiento del contrato de las urnas a causa de la herencia, esa es la canción favorita de Los Incompetentes, el grupo de moda en el festival de la política vascoespañola.

Rajoy y Garitano dicen y hacen lo mismo ante los mismos problemas. El presidente español prometió a los electores no subir los impuestos, al igual que el diputado general sobre la supresión de los peajes. Ambos han tenido una idea idéntica: echarle la culpa a sus predecesores para atizar a los ciudadanos una subida general de la fiscalidad o la implantación del pago por uso en otras vías. El discurso de uno y otro es un calco: si no aplicamos estos incrementos tendremos que cancelar servicios sociales y otras ayudas básicas. Es decir, el chantaje económico en diferido. ¿Pero no criticaba Bildu duramente al PP por los drásticos recortes sanitarios, educativos, sociales y laborales que imponía Rajoy en todo el Estado y que este justificaba por la necesidad de reducir el déficit público? ¿Y no es exactamente este pretexto (los supuestos 900 millones de deuda financiera de Bidegi) el mismo que esgrime la izquierda abertzale para imponer la extensión de los peajes viarios?

Gobernar con criterio implica coherencia con los compromisos y responsabilidad ante las medidas que se toman, que ahora son forzosamente duras e impopulares. Dirigir un país es una tarea compleja, sujeta en su mayor o menor dificultad a los ciclos de crisis o bonanza que se suceden. Lo que no es aceptable es asumir una administración bajo la condición de la herencia a beneficio de inventario, según la cual no se asume el legado si no es del agrado del gobernante que llega. Bajo esta huida de la realidad la administración política se ampara en las estrategias de comunicación para minimizar el deterioro electoral y el desencanto de la gente. PP y Bildu son todo propaganda.

Uno escucha a los rectores del PP hablar de lo que fue la dictadura franquista y oye a los dirigentes de la izquierda nacionalista referirse a los crímenes de ETA y no encuentra diferencias en el modo en que se justifican respectivamente y en el fondo del argumentario evasivo. Es de una similitud asombrosa. En ambos casos se invoca a la necesidad de superar los regresos al pasado (uno más reciente que el otro) y de centrarse en el futuro y en los problemas actuales de la sociedad. Franco es a la sociología del PP lo que ETA es a los sectores identificados con Sortu o marcas precedentes. Ninguno reconoce su apoyo explícito o moral a la violencia tiránica o guerrillera. Ninguno se ha desdicho con sinceridad y firmeza de su asimilación con la práctica terrorista, sea de Estado o revolucionaria.

Ni el PP ni la izquierda abertzale tienen saldadas sus cuentas con el pasado y lo fían todo al transcurso de los años y al olvido y consideran que aquellos sucesos son episodios pretéritos superados por los nuevos tiempos. Uno y otro sector se aferran a sus respectivas simbologías: valles de los caídos o imágenes de presos, medallas u homenajes. Y dicen, al unísono, que aquellos hechos forman parte de la historia, el cementerio de la verdad. Ambos son incapaces de pedir perdón, censurar la sistemática violación de los derechos humanos y promover una lectura limpia y honesta de lo acontecido, procurando el respeto a cuantos pagaron con su vida o su libertad aquellas tragedias.

Además, este discurso fotocopiado sirve a ambos para retroalimentarse. Con qué afán los dirigentes de Bildu apelan a los brutales desmanes del franquismo para encajar entre sus efectos la estrategia de la lucha armada. Y con qué habilidad los representantes del PP se han escudado en las fechorías de ETA para respaldar crímenes, torturas, leyes especiales, indultos a asesinos, tribunales de excepción y políticas de ilegalización que han causado tanto mal como el que apoyaba la izquierda abertzale.

¿Cómo extrañarse de que las fiestas de este verano se hayan visto sacudidas, antes como ahora, con el juego del tensionamiento artificial en el que lo que hace uno es prácticamente igual que lo que hace el otro, dos tácticas de provocación para un resultado compartido? ¿No ha imitado el PP a la izquierda abertzale en el uso de los recursos mediáticos y de propaganda y en la proliferación de las organizaciones paralelas, de apoyo a víctimas y presos para multiplicar su hiperpresencia informativa? ¿Acaso no son idénticos los discursos victimistas de estos dos sectores políticos antagónicos? Los damnificados de una parte se equiparan a los caídos de la otra. Y así sucesivamente hasta la constatación absoluta de que Bildu y PP constituyen la pinza de los dispares pero iguales en el proyecto común de hacerse perdonar la mala gobernanza, desestabilizar la convivencia plural y adentrarse en el futuro por la puerta de atrás. Que se besen.