LA muerte de cientos de personas por un ataque químico ha servido de detonante para devolver al primer plano de la actualidad la situación extrema que vive Siria, un país inmerso en una guerra que había desaparecido para la opinión pública internacional, tapada por otros conflictos en el área, especialmente el egipcio. La descarnada guerra civil siria ha vuelto a los despachos de los mandatarios de las grandes potencias y a las salas de reuniones de las Naciones Unidas. Allí se habla de la necesidad de investigar lo sucedido en los alrededores de Damasco en ese ataque químico, de la posibilidad de una intervención militar internacional en el país, de la conveniencia o no de entrenar y armar a los rebeldes para facilitar el derrocamiento del presidente Al Asad... pero, entre tanto, hay una realidad mucho más sangrante que la ya de por sí dolorosa generada por los enfrentamientos armados: en Siria hay una situación de emergencia humanitaria que no está recibiendo respuesta alguna. Más de seis millones de niños sirios están viviendo un estado de sufrimiento extremo debido a la guerra, según informaron ayer organismos de la ONU. Más de tres millones de esos niños están afectados por el conflicto, dos millones se encuentran entre la población desplazada en el interior del país y un millón de menores permanece refugiado en algún país vecino (algunos de ellos solos, sin sus familias). En cuanto al conjunto de la población, son tres los millones de personas que han tenido que salir del país, mientras que seis millones son desplazados internos. Y mientras esos millones de adultos y niños llevan viviendo un auténtico calvario las veinticuatro horas de cada día durante los últimos meses, la comunidad internacional sigue sin dar con la fórmula política o militar que detenga el caos en el país. La solución no parece fácil: que Bashar al Asad siga en el poder es perpetuar el conflicto, dado el radical rechazo social a su régimen; pero facilitar la llegada al gobierno de los rebeldes no garantiza que el remedio vaya a ser mejor que la enfermedad. La experiencia vivida en el área durante la llamada Primavera Árabe deja suficientes ejemplos para alimentar esa sospecha. Una conferencia de paz y un alto el fuego total serían el primer paso, pero ¿cuánto tiempo puede esperar la población civil a que esto ocurra?