CUANDO alguien te llama la atención, y más cuando lo hace en público, requiriéndote educación, se producen dos efectos. El primero se experimenta en los que están a tu alrededor, que instantáneamente se separan de ti, como si dijeran ; "sí, sí, ha sido este el culpable". "Nosotros no hemos sido". Y, en segundo lugar, si eres un espécimen normal -aunque seas un neandertal poco evolucionado, como es mi caso-, el reproche genera una sensación de acaloramiento repentino, sofoco y hasta ganas de desvanecimiento . Es lo que se llama tierra trágame.
No obstante lo anterior, si quien recibe la amonestación no esperada, no ha desarrollado suficientemente su materia gris intracraneal o, en su defensa, mantiene sus constantes cognitivas alteradas por algún tipo de intoxicación adquirida, su reacción puede no tener el efecto antes descrito, insistiendo en una actitud poco humanizada y por tanto animalesca.
Lo digo por experiencia propia. Siendo joven, y abrigado por el amparo de la manada, solía tener episodios cavernícolas de macho alfa tabernario. Es decir, que en el ámbito de una cuadrilla de amigos gamberros y en el peregrinar de taberna en taberna, la generación de un ambiente gracioso, me llevó en más de una ocasión a que se me fuera la boca. Y, entre risas, carcajadas, y ánimos hooligans de todo tipo, desarrollé un lenguaje primitivo de cacofonías, juramentos y demás locuciones fuera de tiesto.
Camilo José Cela podría haber estado orgulloso de aquel habla que hice mía para regocijo de compañeros de txikiteo. No había frase en la que bien el sujeto, el verbo o el predicado no contuvieran un taco (mis padres denominaban aquello palabrotas, pero yo nunca lo entendí, porque algunas de aquellas palabras no eran ni grandes ni superlativas, eran cortas y concretas).
Pero un día, uno de esos en los que la medio festividad, la ociosidad o la costumbre, en un chiringuito de pueblo, mis letanías estrafalarias encontraron respuesta. Lo recuerdo muy bien. Hablaba de cabrones, putas y varios cuando una mujer, de edad media por entonces para mí, se giró . Me miró fijamente a la cara y me dijo: "Chaval, en este pueblo no hay jabón suficiente para lavarte la boca". La manada se abrió ante mí como un abanico, dejándome a la intemperie de aquel reproche lapidario. Fue entonces cuando las neuronas de mi abotargado cerebro se recalentaron -me puse rojo como un tomate- y tras tragarme aquella cita como un sapo de tres kilos, pedí excusas entre dientes. Touché!
Desde entonces sigo hablando mal. Se me escapan, en ocasiones, demasiados tacos, pero procuro agudizar el ingenio para revestirlos de ropajes no tan soeces. Aun así, y a pesar de haber desarrollado la ironía, siento que mi boca sigue estando negra, aunque no tanto como entonces.
El pasado jueves, un rebaño de colegas asilvestrados dio rienda suelta a sus instintos abdominales con insultos de todo tipo dirigidos al lehendakari Urkullu en Azpeitia. El presidente vasco había decidido retomar la tradición (truncada por su antecesor) de participar en la procesión de San Ignacio. Junto al alcalde de la localidad y el diputado general de Gipuzkoa, Urkullu encaminaba sus pasos desde el Ayuntamiento hasta la Casa Grande de Loiola.
Alterado por la sarta de improperios, injurias y demás vomitonas ofensivas, detuvo su marcha y se volvió hacia la manada gamberril. Lo pudimos ver todos gracias al seguimiento de una cámara de televisión. El lehendakari, sin perder la compostura, mientras el tropel de vociferantes perdía la compostura de grupo (alguno reculaba, otros se alejaban?) exigió respeto y educación. Pero sus palabras, pese a tener un primer impacto por la sorpresa de su movimiento, solo tuvieron un efecto inmediato pero efímero, ya que en cuanto volvió a la comitiva oficial -las dos autoridades de Bildu siguieron con la procesión-, los gritos y los insultos volvieron a arreciar.
Está claro, que en el proceso de evolución de la Izquierda Abertzale hay muchos que han sabido engancharse a la nueva oportunidad. De ahí su interés en denominarse Sortu para establecer nuevas pautas de comportamiento. Pero, en su universo, todavía hay quien no ha digerido que el respeto a los demás, la consideración del adversario, son la base para una nueva convivencia normalizada. Esos prefieren vivir en el pasado, en la presión, en el enfrentamiento, en el descrédito y la ofensa. Su empecinamiento y hostilidad no son ya de otro tiempo, sino que les hace lindar con el lumpen social antisistema que se establece en todas las sociedades democráticas. "Esos -dice un amigo cercano- no son de Bildu ni de Sortu. Son de Txerri Batasuna".
Lo más preocupante de lo ocurrido en Azpeitia el pasado día no fue el comportamiento de un grupo de forofos sectarios, sino la reacción que ante ello tuvo el diputado general de Gipuzkoa. Martín Garitano no solo no quiso reconvenir a los gamberros sino que, además, justificó su comportamiento como un "acto de protesta", al tiempo que genéricamente hizo votos para que se construya un escenario en el que incidentes de este tipo no se vuelvan a repetir.
Es sencillo. Tan sencillo como decir a los seguidores propios que ese no es el camino. Que actuando así se equivocan y que su actitud revela, primero una falta de educación, y segundo, una falta de compromiso con la hoja de ruta establecida por la nueva Izquierda Abertzale.
Pero Garitano no es de los que retrocede. Siguiendo el símil, es de los que siempre avanza, gira, y sigue avanzando. Lo demuestran las diversas entrevistas publicadas días atrás por diferentes rotativos vascos. Su gestión, la de la Diputación de Gipuzkoa, es intachable. Va a demostrar que otro modelo es posible. De ahí que toda la oposición se haya unido para hacerles fracasar en su apuesta. Pero todos están equivocados. Solo él camina en la buena dirección en la autopista. Los que circulan en sentido contrario son los demás.
Ni una sola autocrítica. Ni a la gestión de los residuos, ni a la imposición de peajes. Ni a la "no gestión anticrisis". Los demás son los equivocados. De derrota en derrota hasta la victoria final.
Sin embargo, algo han debido constatar. Algo no funciona del todo bien. De ahí que Garitano haya vuelto a engordar su estructura de altos cargos en la Diputación creando una nueva dirección general -sin presupuesto- denominada de Servicios y Educación Tributaria. Una dirección general de educación. Ni más ni menos.
Los partidos políticos, como suele ser habitual, no han sido informados por el gobierno foral de la creación de esta nueva dirección, y es que Gipuzkoa es, con diferencia, la institución foral con mayor número de cargos políticos y puestos de alta responsabilidad. La estructura del gobierno foral de Bildu está compuesta por 30 directores generales, dos subdirectores y 54 jefes de servicio, según la última actualización realizada por la propia Diputación guipuzcoana en su página web, que incluye incluso la de Educación Tributaria.
Frente a los 30 de Gipuzkoa, Bizkaia, que maneja un presupuesto foral muy superior cuenta con 21 directores (además de 11 subdirectores y 78 jefes de servicio); y Araba, la más pequeña de las tres diputaciones vascas, tienen 13 directores (54 jefes de servicio).
Que todo sea por fomentar la educación. Falta les hace.