El Museo de Bellas Artes se mueve y presenta una oferta muy estimulante. Sin que siempre se esté de acuerdo con lo que hace ni cómo presenta la colección, hay que valorar positivamente el amplio programa de hechos expositivos que puede percibirse en la actualidad. No es que el centro del parque necesitase un cuadro de Lucas Cranach el Viejo (1472-1533), pero se ha comprado por 1.400.000 euros y ahí está. Fue pintado en 1535, mide 50,8 x 35,8 cm. y representa el suicidio de Lucrecia. Más allá del drama de la violación y posterior muerte de la joven, aquellos que se quedan en las formas encontrarán el bálsamo tranquilizador de una factura exquisita y el tratamiento delicado de un desnudo cuya ideal belleza nos reenvía al arte del pasado. La obra invitada tiene un compromiso más humano y social pues acoge el mal denominado Tríptico de la guerra de Aurelio Arteta, todo un lujo que acomete el trauma y el dolor que toda contienda conlleva. A su vez, Miradas de mujeres ofrece la posibilidad de observar un "retablo" compuesto por obras de diferentes épocas que responden a ideas artísticas muy diversas.
De una pieza de Rosa Bonheur se pasa a los trabajos contemporáneos de Guerrilla Girls o Itziar Okariz. En torno al trabajo de Vicente Larrea se han reunido las esculturas donadas por el autor junto a algunas de las que ya formaban parte de la colección. Además, pueden percibirse 78 pinturas de José Ramón Zuriarrain, cuya inauguración fue a las diez de la mañana en un día de labor. Una oferta que se amplía con la presencia del panorama creativo que desarrolla el bermeano Nestor Basterretxea, desde 1948 hasta las últimas aportaciones. Una experiencia ineludible.
La propuesta que tenía encomendada el comisario Peio Aguirre era complicada. El planteamiento lleva el título Forma y Universo y se acerca a la revisión que hizo José María Herrera en el Museo de Boinas La Encartada de Balmaseda, en 2011. Y tiene la virtud de ser diferente al balance que mostró el mismo Bellas Artes en 2008. Hay trabajos comunes pero colocados de modo muy diferente. Una amplia retrospectiva en la que están mejor representadas las plurales aportaciones llevadas a cabo por el creador bermeano.
Algo que indica el autor a quien le trata es que su nombre no lleva tilde y siempre se le pone o la ponemos. Él no lo necesita ni tampoco su trabajo cuya expresividad es receptiva a gran cantidad de cosas pero resulta comedida y sin tildes, con un punto instintivo y otro que necesita argumentar todo lo que hace con palabras flexibles y proféticas. Tiene una actitud identitaria para acercarse a lo abstracto desde lo concreto; para refugiarse en el pasado e instalarse en los lenguajes contemporáneos; para asumir la voluntad individual con la conciencia de heredar referencias que son recreadas de modo innovador; para permeabilizar lo individual en lo colectivo; para ir hacia la universalidad sin desdeñar las raíces locales, incluidos los mitos, ritos y comportamientos cuyos clichés no duda en reconsiderar. Es un todoterreno que no rechaza trabajo alguno y tiene una generosidad sin límites. Nada le es ajeno: Ni la escritura, ni la obra funcional, ni el diseño gráfico de carteles y logotipos. Ni el grabado, la fotografía experimental, la pintura, la experiencia fílmica, la arquitectura, el relieve o la escultura.
En la muestra apenas hay referencias del exilio bonaerense al que le condujo la guerra civil y tan sólo se ofrece un Autorretrato de 1948. Hay, eso sí, una abundante representación de las obras creadas en los años cincuenta, década en la que llega a la península en viaje de novios. Tiene 28 años y decide quedarse, pese a tener que realizar el servicio militar. Y es que Oteiza y el proyecto de los murales de Aránzazu se cruzan en el camino. Vienen después años de convivencia en Irun (desde 1958) con el creador de Orio y su transformación estética. Un devenir que va de un expresionismo épico a una pintura analítica con la que participa en el Equipo 57. Pero las diferencias ideológicas le alejan de este grupo, cuando apenas había transcurrido un año.
El paso de lo bi a lo tridimensional está bien decantado por una serie de círculos metálicos que han hecho saltar el plano, cortándolo o introduciendo resaltes, cuya expresión se presenta en la sala Neblí en 1960. Paralelamente a su inicial labor escultórica, realiza trabajos funcionales en el campo del diseño mobiliar. También comienza una fértil etapa fílmica. El máximo exponente es Operación H (1963), que tiene su propia pantalla. Mientras que hay carteles y documentos de Ama Lur (1968), película que dirige junto a Fernando Larruquert y se sufraga con ayuda popular.
La experiencia de Gaur y los grupos de la escuela vasca se produce en 1966. Le sirve para presentar trabajos pictóricos abstractos pero connotativos, cuyas formas son sinuosas y borrosas. Al lado están las maquetas de los proyectos esculto-arquitectónicos; diseños de edificios que no llegaron a hacerse pero que tienen una conciencia plástica muy renovadora. La gran pared del fondo recoge un importante número de carteles donde combina la tipografía, el universo plástico y las imágenes fotográficas. Las diapositivas que hay al final del recorrido no recogen todos los trabajos públicos.
Finalmente, hay que ir a la galería de esculturas del edificio antiguo, donde antaño se exponían reproducciones como las del Laoconte y sus hijos. Allí están las piezas de la serie cosmogónica (1972-73), que fueron donadas al Museo por el artista en 2008. Se disponen en línea y muy cerca de la pared, una opción que enlaza muy bien con el carácter totémico del conjunto, idea de itinerario frontal que también se resaltó en la muestra que hizo en la Fundación Miró en 1979.
La selección es algo amplia para el lugar, pero la diáfana ubicación espacial del conjunto permite resaltar las múltiples facetas del autor. No hay una catalogación y solo opta por algunas notas para conocer su trayectoria. Sirve, sobre todo, para valorar la trama compleja de una experiencia que no ceja en desarrollarse. A través de lo proteico de un trabajo muy plural, no es una mirada al uso que quiera situar las obras con precisión contextual. Por ello se genera alguna confusión y existen inevitables licencias que tratan de ordenar la diversidad.
Intuición y sensibilidad, curiosidad y experimento continuo, voluntad formal e imaginario personal conforman un aliento pulsional que no ha perdido con el paso del tiempo. Basterretxea es sobre todo poeta, creador coral cuyo carácter visionario tiene un gran instinto expresivo. Nacido en 1924, resulta admirable la energía y la pasión que pone en todo lo que proyecta y encarga. Duerme poco y está siempre sopesando nuevas aportaciones. Va a colocar una escultura en La Arboleda el próximo 10 de abril y expone paralelamente más de cien obras en la Sala Menchu Gal de Irun.