De verdugos y (re)cortes
Verán, en estos últimos tiempos, algunos tenemos la impresión de ser como una especie de condenados al patíbulo por no-se-qué graves delitos cometidos (que si hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, que si no éramos competitivos, que si...). Curiosamente, los que nos juzgan y condenan son los mismos que han provocado el desastre financiero-especulativo origen de la debacle actual. Pero no es a ellos a quienes va dedicado este pequeño desahogo, no. Hoy hablaré de los ejecutores de los salvajes recortes que sufrimos, es decir, de los verdugos.
Porque verdugos, lo que se dice verdugos, los hay de varios tipos: unos disfrutan con ello, va en su ADN y se les nota. Nos dicen que causan dolor "por nuestro bien" y mientras nos (re)cortan el pescuezo se les escapa la sonrisa. Son las derechas de siempre, aprovechando el consabido shock (Naomi Klein) para desmantelar lo público en beneficio de lo privado. Pero esto no es novedad; este tipo de verdugos siempre ha estado ahí, esperando la ocasión y disfrutando, cuando llega, de su particular momento de gloria.
La novedad es que esta crisis ha engendrado también un tipo distinto de verdugos, llamémosles no vocacionales. Provienen de la filas de la izquierda política, tanto estatal como autóctona y, por mor de los resultados electorales, les ha tocado gestionar las funciones asignadas por el verdugo mayor del reino, una de las cuales es, precisamente, (re)cortar los pescuezos de su propia gente.
Ante este panorama, ellos se resisten. Nos visitan en el corredor de la muerte, asegurándonos que harán todo lo posible por evitar los (re)cortes. Añaden que se están manifestando en la calle (Murrizketarik ez) y nos piden que confiemos en ellos... pero la fecha fatídica se aproxima y empezamos a ponernos nerviosos.
Finalmente, con gesto compungido, nos explican que lo han intentado, pero que el superverdugo madrileño les ha cerrado todas las vías legales posibles. Y nosotros, ingenuos que somos, les pedimos que se planten y desobedezcan. Ellos responden qué más querrían, que si lo hacen se la cargan y les aplican no-se-qué inhabilitación (que les despiden, vaya). Pero, eso sí, aseguran que nos acompañarán al patíbulo con una banderola de Murrizketarik ez colgando del hacha y que, lejos de sonreír como el impresentable verdugo rajoy-niano, pondrán cara de sentida indignación al asestarnos el golpe fatal.
Hombre, morir así es otra cosa ¿verdad? ¿No? Pero mira que sois egoístas algunos...