La DYA
Hace ahora tres años el Servicio de Anestesiología y Reanimación del hospital de Cruces homenajeaba al Dr. Usparitza en el marco de un seminario sobre asistencia al paciente politraumatizado.
Reconocíamos así, en aquella ocasión, la vocación de un médico volcado, como pocos, en el servicio a la sociedad de Bizkaia y la singularidad de su legado, la DYA, como testimonio fiel de su quehacer. Desde su fundación, allá por el año 1966, sus técnicos y voluntarios fueron los primeros en la atención reglada del transporte sanitario.
Y fueron también los primeros cuando se constituyó SOS Deiak en 1988; la DYA se integró entonces como parte de esa red de transporte sanitario; allí estaban y así han permanecido hasta nuestros días.
Dicho lo cual, a mi juicio, la DYA encarna los mejores valores de nuestra sociedad, que no son otros que la solidaridad y el altruismo, tan demandados hoy. Y los acompaña de la profesionalidad indispensable en su quehacer, esto es, la asistencia a las urgencias in situ, fuera del ámbito hospitalario, allí donde realmente ocurren.
Su voluntariado generoso aprehende y recibe del área profesional el estímulo, el aprendizaje y la motivación. Precisamente, en esa continua interacción de las dos almas de la DYA, la profesional y la voluntaria, se residencia su virtud y fortaleza; fluyen de este modo personas y conocimientos en ordenada simbiosis.
Y lamentablemente ocurre, ahora, que la DYA no puede continuar su labor asistencial como venía haciéndolo, con ocasión de una licitación pública de la que no ha resultado adjudicataria. No discutiré su legalidad aunque en Derecho todo sea opinable, como lo son los mismos criterios empleados para ponderar las ofertas, desde su propio tenor, hasta el valor cierto atribuido a cada uno de ellos.
Sí me atrevo a valorar, no obstante, sus consecuencias en forma de pérdida. Porque se pierde sobre todo su energía social y su ejemplo de compromiso. Y se pierde, al fin, un referente extraordinario de nuestros últimos cuarenta años, aquellos en los que nadie ni creía ni valoraba la asistencia en carretera.
Hoy sabemos que después de un accidente lo que se haga en la primera hora, denominada "hora de oro", será fundamental para optimizar las expectativas del accidentado. Pues bien durante estos años hemos valorado su quehacer como pioneros del concepto y hemos compartido la asistencia de pacientes a los que, ellos, han ayudado a mejorar sus opciones de vida, optimizando la respuesta asistencial, acortando la hora de oro y salvando la vida. Ni es, ni ha sido baladí el empeño. Por todo ello gracias.
No quisiera quedarme en la amarga queja sin una reflexión crítica, apelando de nuevo a los valores que deben orientar y vertebrar cualquier disposición legal del tipo que sea, máxime si hablamos del derecho a la asistencia sanitaria tan denostado en otros ámbitos. Lo contrario nos arroja a los brazos del más rancio positivismo. Si de nuevo esos referentes sociales son menoscabados en aras de la libre competencia y concurrencia, fijando la atención fundamentalmente en criterios económicos, el sistema se tambalea.