EL tema suscita no pocas inquietudes por su extraordinario valor, que hasta ahora no ha sido cuantificado en su justa medida. Tras la I Guerra Mundial, el Banco de Vizcaya se planteó sustentar una innovadora política inversora en Madrid y, en este caso, sobre un proyecto, el Metropolitano, en el que inicialmente ninguna sociedad financiera creyó salvo el entonces director gerente del Banco de Vizcaya, Enrique Ocharan, quien en una apuesta personal aportó en nombre del banco el dinero necesario para que saliera adelante.
El ingeniero guipuzcoano Miguel Otamendi fue quien diseñó el proyecto, aprobado por el gobierno en 1916. Nadie era consciente de las posibilidades, ya que suscitó una gran transformación tanto bajo tierra como en la plazoleta de Cuatro Caminos, en donde los carruajes y el movimiento peatonal eran frenéticos. El madrileño obtendría de esta forma rapidez y comodidad en sus desplazamientos y el proyecto, según sustentaban sus gestores, sería la solución a la estrechez de muchas calles, al tráfico intenso, al trazado con tantas curvas así como a las fuertes pendientes para los tranvías que se atascaban en Carretas, Hortaleza o Fuencarral.
La primera línea fue Sol-Cuatro Caminos. La idea no fue otra que modificar el viejo Madrid y viabilizar un nuevo Madrid, porque allí donde se abría una nueva estación, los terrenos de alrededor se revalorizaban dando lugar a proyectos de urbanización y construcción, derruyendo viejos edificios y erigiendo modernas estructuras. Aunado a una serie de exenciones tributarias viabilizaron que el Metropolitano pudiera llevar adelante también el desarrollo exterior por lo que constituyó la Compañía Urbanizadora Metropolitana (CUM), sustentada por el capital del Banco de Vizcaya, e iniciara sus actividades en el Paseo de Ronda, entre la Glorieta Cuatro Caminos y la calle Gaztumbide, a través de la edificación a gran escala de viviendas, chalets y hoteles para la clase media.
La zona próxima a la Glorieta Ruiz Jiménez contaría con 68.000 m2 para construir viviendas y el resto, unos 140.000 m2, para un parque urbanizado que comenzaba en el final de la avenida y terminaba en Moncloa. Acto seguido se inició sobre la nueva gran avenida Reina Victoria la construcción de varios rascacielos, suscitando un desarrollo en vertical, en cuyos bajos se abrirían comercios, lo que le proporcionaba un mayor utilitarismo a esa zona. También construirían sobre ese suelo el Stadium Metropolitano y 30 hoteles, además de numerosas residencias para estudiantes, en cuyos proyectos participaron los arquitectos guipuzcoanos Joaquín y Julián Otamendi.
Durante esos años, en la Gran Vía, el capital vasco edificaba el cine Reina Victoria en la plaza Isabel II y la promotora bilbaina Sagarra, en la plaza Antón Martín, construía un coliseo que doblaba en capacidad al Teatro Real, ambos diseño del arquitecto vizcaino Teodoro Anasagasti. Incluso el segundo y tercer tramo de la Gran Vía, en la prolongación de la calle Preciados, y enlace de plaza Callao con la calle Alcalá, tuvieron un impulso extraordinario en su urbanización y edificación gracias a la participación del gran industrial bilbaino Horacio Echevarrieta. Echevarrieta puso al frente de este proyecto a un joven pero brillante arquitecto bilbaino, llamado Secundino Zuazo.
El entonces alcalde de Madrid, Pedro Rico, reconocía que tanto el proyecto del Metropolitano como la participación del capital vasco, en ese y en otros proyectos, habían posibilitado en poco tiempo una extraordinaria transformación sobre Madrid. Posteriormente, con la promulgación de la Ley del Paro, se produjo una ruptura en la política hasta entonces sustentada al otorgar ventajas fiscales que hasta entonces solo alcanzaban a la CUM. Al no poder competir, se constituyó como filial la Compañía Inmobiliaria Metropolitana en 1935, que actuaría como inmobiliaria, sobre todo, tras la Guerra Civil, edificando viviendas en la avenida Reina Victoria, calle General Ibáñez, avenida Federico Rubio o adquiriendo suelo en la avenida José Antonio.
La CUM, por su parte, se fue haciendo con suelo para continuar con sus actividades en La Elipa, en carretera Vicálvaro y en la zona de defensa del Cementerio del Este y llegó a plantearse construir hasta 700 hoteles en el extrarradio por sus muchas posibilidades económicas. La actividad de los Otamendi, tal y como sostuvo el profesor Carlos Sambricio, a través de esas dos sociedades, pasó de construir edificios comerciales y oficinas a construir viviendas en alquiler para la burguesía y edificar ciudades segregadas para la alta burguesía.
Otro importante quiebro en la política inmobiliaria llegó con la Ley de Viviendas Bonificables, en los años 40, que ante los graves problemas de vivienda, además de resolver el paro y proporcionar viviendas a la clase media, también impulsaría la industria de la construcción. Con ello se pretendía que las actividades mercantiles se orientaran hacia la construcción de inmuebles con un mercado seguro en renta para la inversión. Gracias a esta ley, se constituyeron nuevos grupos inmobiliarios por el capital vasco y se emprendió la construcción de fincas urbanas y su explotación. De ahí nacería Bancaya, que actuaría en plaza del Rey, Princesa, Cea Bermúdez o avenida de América. Edificadora Española lo haría en el parque del Conde de Orgaz. Bami lo hizo en los grupos residenciales José Villena, Durán, Mancebos, San Hermenegildo o Pontones e incluso se hizo con terreno a la derecha de la carretera de Aragón. Vacesa, por su parte, adquirió suelo en la calle Martínez Campos prolongación de la Castellana, Palacio de la Huerta en plaza Castelar y Quinta de la Quintana en la zona de Ventas. En 1948, la CIM inició la importante actuación del edificio España, en la plaza de España, con un espectacular rascacielos, diseño del arquitecto Julián Otamendi.
Aquella americanización de la ciudad respondía a que los financieros vascos sustentaban que Madrid no podía ser solo la capital administrativa sino que también debería ser la capital de los negocios. Para ello, desde medios como Pueblo o Informaciones, publicaron numerosos artículos sobre Nueva York, defendiendo reproducir símbolos arquitectónicos de esa ciudad como los rascacielos. Aquella urbe financiera seducía a los banqueros vascos... y a las autoridades franquistas.
Tomas Bordegaray, entonces director general del banco, fue uno de los grandes defensores de la americanización de Madrid. Otros, como Emilio Romero, director de Pueblo, sustentaron que los cambios, tanto con los rascacielos como con las cada vez más numerosas cafeterías americanas, eran un símbolo del consumo vertiginoso y del cambio tanto fisonómico como íntimo de Madrid. Consecuencia de ese americanismo, la CIM inició, con un diseño de Julián Otamendi, el proyecto de Torre de Madrid en la plaza de España, que fue considerado el edificio urbano habitable más alto de Europa, rivalizando con los rascacielos americanos y sus alardes constructivos, que tanto maravillaban al mundo.
Fue un tanto pretencioso e ilusorio por parte del Régimen de Franco llegar a sustentar que los técnicos y las sociedades promotoras españolas fueran capaces de competir con los americanos a pesar de las penurias en materiales propias de la autarquía y de una construcción eminentemente tradicional. Pero para la CIM la pretensión última era simplemente mercantil, es decir, hacer de la plaza de España el nuevo centro comercial de Madrid. La CUM, por su parte, con la venta de parte de su suelo, utilizaba esos beneficios en la construcción de residencias estudiantiles que tenían mucha aceptación entre las comunidades religiosas. Para entonces ya llevaban 37 hoteles dedicados a residencias.
Consecutivamente, en la manzana limitada por las calles Princesa, Alberto Aguilera y Serrano Jover, se iniciaría la operación Princesa por la CIM, en un solar con forma de triángulo equilátero en una zona comercial de extraordinaria importancia y de gran porvenir. Para la compañía, este solar era virtualmente más importante por su amplitud, superficie y emplazamiento que la torre de Madrid, que el edificio España y el Lope de Vega juntos.
Vacesa, por su parte, confirmaba sus altas expectativas en el emplazamiento de un nuevo gran centro comercial y en 1964 era constituida la Asociación Mixta Compensadora de la zona comercial de la avenida del Generalísimo, Manzana A y se redactaba el plan parcial de ordenación de la zona, con 720.000 m2 destinado a comercios, salas de espectáculos, salas de reunión, cafeterías, oficinas, aseguradoras, viviendas, hoteles, departamentos, grandes almacenes y aparcamientos. Los solares, propiedad de Vacesa en Azca, tendrían un enorme valor y la congestión que sufría Madrid suscitaría el desplazamiento del centro de negocios hacia esta zona periférica que, una vez estuviera en marcha, albergaría los negocios más importantes de Madrid y donde también se ubicarían las sedes de los bancos y financieras más importantes del ámbito nacional e internacional. Basado, eso si, en una arquitectura financiera netamente americana que, según el profesor Pozo, reproducía el complejo comercial Back Bay de Boston, dada su analogía formal y conceptual.
Tras esta actuación de Vacesa, la CIM empezó a actuar en Quinta de Goya y en Arturo Soria, mientras la CUM adquiría suelo en Quinta de Buenos Aires, Quinta de Zorrilla, calle Límite, Ibáñez Íbero y Julián Romea, con el que proseguir sus actividades inmobiliarias. CUM, CIM y Vacesa plantearían poco después un nuevo quiebro en aquella política, al unificar patrimonio y capital, conformando una gran sociedad: Metrovacesa. Fue su respuesta a tiempos de grandes cambios, crisis -tanto económica como urbana- e incertidumbre político-social, suscitada por el final del franquismo.
Al reflexionar en torno a ese extraordinario progreso urbano y a su no menos transcendental política y componente inmobiliario es posible comprender la excepcional influencia del capital vasco en la configuración de aquel Madrid del siglo XX.