Cuando escucho los propósitos de la enmienda de los políticos ante la demanda de la ciudadanía de reorganizar los servicios y controlar los gastos de las administraciones ante la crisis económica, me entra la duda de si son ingenuos o quieren tomarnos el pelo.
Porque si negativo es tener unos servicios públicos gigantes e inútiles, uno se pregunta qué sería si realmente se actuara con criterios de eficacia y se persiguiera la corrupción con rigor, se despidiera a los funcionarios y asesores innecesarios, se eliminaran las empresas públicas creadas para colocar a los políticos amortizados y sus amigos, y que la justicia la ejercieran jurados populares. Seguramente se podría reducir la plantilla en un cincuenta por ciento y el presupuesto en una cuantía equivalente y los servicios esenciales serían prestados más eficazmente.
Pero es que el Estado no puede actuar con criterios de racionalidad, puesto que ello supondría despedir a un millón y medio de funcionarios y asimilados, los cuales en el paro tendrían que cobrar el subsidio correspondiente, lo que repercutiría además en incrementar los controles del orden público.
Si el presupuesto de redujera afectaría a la tremenda capacidad de contratación de obras, contratos y suministros de bienes y servicios, muchos de ellos cierto que inútiles o no prioritarios, pero que repercutiría en la actividad general del país.
Si se controlara la corrupción con rigor habría muchos empresarios, altos funcionarios y políticos que no podrían realizar sus negocios y afectaría al nivel de actividad de gestión y a los beneficios que obtendrían si la corrupción no fuese tratada con la delicadeza y sin escándalo excesivo como actualmente.
Sin desdeñar la otra faceta decisiva del papel que cumplen las instituciones: el gigantismo y la ineficiencia son elementos no casuales, se trata de un objetivo buscado, para que la ciudadanía sienta que está protegida por un ente todopoderoso en el que pueden confiar ciegamente, pues esa sensación de dominio absoluto la percibirán como seguridad, que no tienen nada que temer y que pueden vivir en un mundo feliz y adormecedor. Aunque la realidad es que su intención secreta es dar la sensación de agobio y dominio para crear una actitud de sumisión y miedo a los que tengan la osadía de reflexionar críticamente y no haya veleidades fuera de los límites que oportunamente han fijado los "constitucionalistas de la democracia".