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Carta abierta a Bielsa

Gracias de corazón. Acabo de leer el contenido de la charla que usted dio a nuestros jugadores tras las final perdida contra el Barcelona y lo único que puedo hacer es descubrirme ante usted.

Entiendo que al vestuario rojiblanco no le haya gustado nada que se filtre el contenido de la misma. Quizás porque entienden los futbolistas que lo de dentro del vestuario, en el vestuario se queda o quizás, como en este caso, porque a nadie le gusta que se queden al aire sus vergüenzas. Pese a lo que ellos puedan pensar, somos muchos los aficionados rojiblancos que nos alegramos de saber qué se cuece en el vestuario. Y no podemos dejar de indignarnos al saber que determinados jugadores rojiblancos tuvieron la desfachatez de reírse después de salir del campo escaldados.

¿Dé que se reían esos señores? ¿De las lágrimas de mi hijo de 4 años? ¿De la decepción y el llanto de los miles de niños que ese día acudieron al colegio vestidos de rojiblancos? ¿De todas las señoras que engalanaron sus balcones con los colores de la camiseta cuya defensa tanta risas les merece? ¿O acaso se reían de los miles de peñistas que tiene nuestro club, y que defienden nuestros colores a capa y espada en esa España de Dios, y que besan las puertas de San Mamés si alguna vez tienen ocasión de venir a ver a nuestro equipo? ¿O se reían tal vez, de todos los que llevamos al Athletic Club de Bilbao, no en el corazón sino en el alma, que todavía está más adentro, y que nos partimos la cara y nos dejamos la garganta por defender a los de las risitas por todos los campos de España y por todos esos mundos de Dios...?

Qué razón tiene usted, señor Bielsa. Salvo honrosas excepciones, no son más que niñatos que no merecen el dinero que ganan, ni se merecen la afición que tienen, y mucho menos se merecen tener un entrenador tan grande como usted.

Es usted grande por fuera y sobre todo, es usted grande por dentro.

Gracias por defendernos. Gracias, por curar mis heridas. Gracias, porque, quizás sin saberlo, nos ha devuelto usted la dignidad perdida.