LA primera caricatura de Mahoma apareció en un códice medieval. Era una imagen que mostraba al líder religioso como un ser extraño con cabeza de pez. En aquel entonces no pareció molestar a nadie. El dibujo se publicó en la primera traducción de el Corán al latín que el abad de Cluny, Pedro el Venerable, hizo para el rey de Castilla, Alfonso VII ("porque nadie conocía este libro herético, decidí dirigirme a los especialistas en lengua árabe, para conocer este veneno mortal que infectaba a más de la mitad de la Humanidad"). El códice está en la Biblioteca Nacional de Francia.
En aquellos años oscuros, ni los propios creyentes en la doctrina islámica se enteraron de semejante blasfemia al Profeta porque, entonces, solo tenían libros los monjes y los reyes. Estos privilegios trajeron la tragedia para muchas ideologías, que aumentaron, para bien o para mal, con la llegada de Gutenberg y su democrática imprenta.
La historia de la caricatura es muy cuestionable. Creo que ni al mismísimo Richard Gere -tan guapo con su melena blanca- le gustará un dibujo de su impecable imagen convertido en gigoló -lo fue en una película-, o en hombre de negocios que paga los servicios de una prostituta -Pretty Woman- en posturas o actitudes de mal gusto. Pero del rotulador de un humorista no se libra nadie. El príncipe Felipe de Borbón y su esposa también vieron su intimidad mancillada por una revista satírica. Pero?
El pero es que con la religión no se juega, y menos sabiendo -porque lo saben y ha ocurrido otras veces- que puede ocasionar dolor y sangre, no sonrisas maliciosas. Con los hombres se puede jugar -siempre dentro de un límite- pero con los dioses, nunca. La religión para media Humanidad no es el opio del pueblo sino la vida. Así, por unos simples trazos -un vulgar dibujo menospreciativo- el mundo árabe se acaba de soliviantar con todo derecho y ha ocasionado un revuelo internacional. Pienso que la libertad de expresión es mucho más que una escena obscena o humillante. El respeto nada tiene que ver con el libre albedrío. Las religiones pertenecen a lo más hondo del corazón y el respeto a la espiritualidad es algo más que un sentimiento periodístico que proyecta una supuesta libertad.
Avergüenza que aún se siga defendiendo ese derecho en algunas publicaciones mientras mueren creyentes para defender el honor de sus convenciones religiosas. ¡Quiénes somos nosotros para juzgar! Las hemerotecas están llenas de intolerancia religiosa. Nos quejamos de la brutalidad de la propuesta árabe ante las caricaturas, y nosotros -siempre el mismo tema de poco respeto a lo ajeno- seguimos cuestionando que las niñas árabes asistan a clase con velo o sin velo. Pues verán, se nos olvidan muchos de nuestras vergüenzas religiosas. Al Vaticano no se puede entrar en minifalda, ni a la catedral de Colonia -por decir una muy famosa- con short. Hace muy poco -el tiempo corre muy de prisa- a la iglesia las mujeres tenían que ir con velo, con medias, con mangas y estaba prohibido entrar con pantalones. Más cercano, los sacerdotes con sotana y, actualmente, muchos siguen manteniendo su diferencia con alzacuellos. Las monjas han llevado a lo largo de la historia hábitos complicadísimos -¿se acuerdan de las religiosas de la Caridad que lucían tocas de medio metro almidonadas y no cabían dos en el mismo ascensor?- y continúan llevándolos y nadie parece molesto porque en la universidad se sienten, vestidas de carmelitas y con sandalias, al lado de otra joven con vaqueros y botas. Los monjes budistas van con túnicas naranjas y la cabeza afeitada. ¿A usted le molesta? Los chicos y chicas góticas se decoran como dráculas con pinchos, calaveras, piercings, cuero negro y pelos en punta. ¿Le hacen daño por sus indumentarias?
Realmente somos hipócritas. El tema de la igualdad sexual entre hombres y mujeres, el maltrato a las mujeres y la humillación femenina se dan de tortas con el éxito de la trilogía Cincuenta sombras de Grey, donde el protagonista es un maltratador sádico que disfruta dando palizas a su enamorada y practicando en su cuerpo las más vergonzosas fantasías eróticas. Lo más fascinante es que este tipo de vejaciones es admitido gustosamente por la protagonista que, además, firma un papel en que se somete voluntariamente a su amo. Sí, he leído Cincuenta sombras de Grey. Y tardé menos de una hora, saltando de veinte en veinte páginas y comprobando que los protagonistas seguían en la cama, en la ducha o en el ascensor, practicando el mismo tema pero sin amor. La pornografía se ha convertido en la lectura obligada de la temporada, y mujeres, supuestamente liberadas, leen -leemos, porque debo incluirme- sin pudor y totalmente desinhibidas este tipo de novelas machistas y de nula calidad. En el islam este libro posiblemente serviría de ejemplo moralizador del poder del varón sobre la hembra, aunque no creo que las mujeres podrían cuestionarse el aceptar libremente que les dieran azotes. Humillarlas es parte de su religión y tienen que aguantar en silencio su infravaloración. No pueden ir en coche, sentarse en las tiendas de un bazar, reunirse públicamente, repudiar al marido, rezar en la mezquita con menstruación? Los castigos son tan benévolos como la tortura y la muerte por adulterio. Sin embargo, Alá y Mahoma, su profeta, son un mundo aparte. A Dios no le pueden humillar los hombres, y esa premisa -voluntariamente aceptada por los propios hombres sea cual sea su religión- pertenece a la intimidad del alma. Algo así como el honor que decía el alcalde de Zalamea. El honor es patrimonio del alma y el alma solo es de Dios.