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Futbolina

Oigo en un noticiario televisivo que un jugador de un equipo muy representativo del fútbol vasco ha sido vendido a un club alemán por cuarenta millones de euros. En el mismo noticiario también oigo que en la Sakana navarra una empresa va a invertir unos ocho millones de euros en unas nuevas instalaciones cuya puesta en marcha va a generar unos treinta puestos de trabajo directos.

Sin ser muy consciente de ello, mi mente se pone en marcha y en breve concluye que los cuarenta millones recaudados por la venta del jugador el club los empleará en inversiones productivas basadas en Investigación, Desarrollo e Innovación (I+D+i) cuyo fruto en un plazo razonable habrá de ser el logro de más conocimiento y, por ende, la creación de más riqueza colectiva y de más puestos de trabajo.

O sea, concretando, que con ese recurso dinerario se podrían montar cinco nuevas empresas como esa de la Sakana con su equivalente de 150 nuevos puestos de trabajo, lo cual, y en los tiempos que corren, sería un buen ejemplo de emprendizaje y de lucha contra esa crisis que nos está arrastrando a la bancarrota económica y cuya consecuencia más trágica es la de convertir nuestra sociedad del bienestar en un patético servicio de beneficencia al gusto y antojo de tecnócratas y neoliberales de etiqueta y guante blanco que dicen nos representan.

¡Un momento! ¿Pero qué estoy diciendo? ¡Perdón por mi vehemencia! Ha sido la consecuencia de haber escuchado estas dos noticias casi de seguido en un mismo informativo; me he dejado llevar por esa manía tan subcultural de hacer la cuenta de la vieja y el resultado ha sido el del cuento de la lechera.

No hay que mezclar la velocidad con el tocino, no hay que hacer un castillo de un grano de arena y, sobre todo, no solo de pan vive el hombre, sino también de la futbolina que casi todos los días se mete hasta las trancas por sus cinco sentidos.