COMO quiera que se sienta se trata de una afición con historia, la historia del Athletic de Bilbao. Simple miembro de esa afición, me atrevo a reflexionar por escrito sobre ella. Sin autoridad ni prerrogativa alguna. Apoyado solo en el bastón de los años y la experiencia. Soy de cuando "por el río Nervión bajaba una gabarra con once jugadores del club atxuritarra, rumba la rumba..." y Pichichi metía goles; de cuando la modestísima sede del club, Hurtado de Amézaga, esquina con Ayala, 2, colgaba en esta a pie de calle un encerado en que los domingos, a partir de las 7 de la tarde, escribía con tiza los resultados de los partidos; de cuando más tarde adquirió el pájaro rojo, aquel flamante autobús que trasladaba al equipo en sus desplazamientos, etcétera, hasta el momento actual.

Mi afición nació y creció pronto, espontánea y natural. Aunque desde julio de 1936 rara vez he vuelto a San Mamés, mi afición se ha mantenido siempre serena, profunda, ilusionada, crítica y, sobre todo, fiel. Diría, sin entrar en comparaciones, que estas son las características de la gran afición al Athletic; las que han marcado su historia, sin fanatismos ni excesos bochornosos -la excepción confirmaría la regla-. Afición que sabe reconocer y aplaudir las victorias merecidas del equipo contrario, así como sufrir con la derrota del propio, sin decaer ni dejar de apoyarle en sus tragos amargos y aciagas rachas.

La afición siente al Athletic y lo vive como algo propio. Tiene motivos para ello. Sus jugadores son muy primordialmente de "la cantera" y en todo caso, de alguna manera, de la región. Esto y el hecho de que originariamente el Athletic surgiera entre los estudiantes vascos en Inglaterra regresados al país -así como el caso semejante de los estudiantes vascos en Madrid daría lugar al Athletic de Madrid, filial entonces en ocasiones del de Bilbao- fomentó la idea en la afición de que su Athletic ejercitaba el fútbol por deporte: "Por gusto, desinteresadamente" (RAE). Algo de esto permanece en viejos idealistas que sobrevivimos. Pichichi (Rafael Moreno Aranzadi) estudió Derecho, Chirri I y II (Marcelino e Ignacio Aguirrezabala), el primero hizo Farmacia, el segundo Ingeniero industrial. Pichichi no ejerció, pues murió a poco de dejar el Athletic, a sus 30 años...

Es obvio que con el tiempo y la profesionalización del fútbol con sus exigencias de entrenamientos y dedicación, los sueldos y los contratos hayan cobrado relevancia, aunque al menos al principio de manera discreta y modesta. No es extraño que, durante mucho tiempo, estas cuestiones se resolvieran entre los interesados y la Junta Directiva sin trascender a la afición ni al gran público. Todos sabíamos que nadie llega a la jubilación ejerciendo de futbolista. De alguno como Zarra, supe que puso un comercio de deportes; a Iribar encontré ayer muy bien plantado en el centro de Bilbao. La idea de que el sueldo de un jugador del Athletic durante un tiempo y bien administrado le ponía en situación de procurarse un modus vivendi digno, no me parecía un disparate. Lo cierto es que la afición sintió al Athletic como suyo a lo largo de toda su historia y como equipo, y que jugar en el Athletic marca, no precisamente por lo crematístico sino por otros valores internos.

Ciertamente fue para mí una todavía reciente y muy desagradable sorpresa conocer las cifras millonarias del contrato con un jugador y las disputas con la Junta Directiva en circunstancias especiales. Hacía ya tiempo que el fútbol, como fenómeno mundial, había saltado las barreras del primitivo deporte, de la razón y de la ética, para colocarse en el campo de las entidades financieras, del mercado de compra venta, no de esclavos ni de blancas, sino de estrellas del balón para quienes, en danza de club en club al ritmo millonario de la oferta y la demanda, cada camiseta de los colores que sean es una prenda de usar y tirar, y, de resultas, cada equipo un abigarrado conjunto que no tiene vínculo humano alguno con la capital, provincia o región que se supondría representa. Estas se reducirían para ellos en el dorado pesebre de turno. Sin embargo, muchos equipos formados de esa manera, a fuerza de fichar a los mejores jugadores de donde sean y a costa de muchos millones y millones, tienen también aficiones que se sienten representadas. Las respeto, pero no las admiro. Únicamente cuando se trata de competiciones entre selecciones nacionales o estatales se exige el requisito de la nacionalidad.

Hará ya un par de años, la extendida revista alemana Der Spiegel, el espejo, dedicó un largo y muy laudatorio artículo al Athletic por no haber entrado en ese torbellino, por mantener su filosofía humana y su discreta política económica. Los miembros de la afición que leyeron el artículo se sintieron, sin duda, reconfortados. Lo mismo que la Junta Directiva del club. Aunque es claro que estos condicionamientos repercuten a la corta, y probablemente más todavía a la larga, en el ranking del Athletic en la Liga, etcétera, en puestos más modestos que en tiempos anteriores. Afición y Junta Directiva apuestan sin embargo por mantener al Athletic fiel a su tradición.

Sin embargo, de los intereses de los jugadores ¿qué? Lo que venía calentándose desde el pasado invierno ha estallado en este agosto calurosísimo. Los casos Llorente y Javi Martínez parecen estar ya decididos y una parte de la afición ya los ha borrado. Ya el día 2, en el primer encuentro con el Slaven en San Mamés, una buena parte de la afición se manifestó claramente. Desde entonces han salido muchas cosas. Se dirá que son casos puntuales. Tratándose de un colectivo reducido cada jugador es un caso puntual. ¿Pero no están pendientes las renovaciones de Amorebieta y Susaeta? ¿No será que estamos poniendo en los platillos de la balanza elementos esencialmente distintos: la afición y la directiva en uno y en el otro el jugador; el amor de este al club, a los colores, en uno, y en el otro su sueldo? La afición y la directiva, cada uno de sus miembros tenemos nuestro modus vivendi independientemente del Athletic, de que vaya bien o mal. Para el jugador, su modus vivendi presente y futuro dependen del sueldo y de todo lo que conlleva que el equipo sea de primerísima o no. Al fin y al cabo su profesión es el fútbol. Lo que pensamos y queremos muchos de la afición y la Junta Directiva, ¿no es más bien "vocación" de los jugadores al Athletic como equipo? "Lo que queremos es que los jugadores nos digan que no hay otro equipo para ellos en el mundo" y "esto antes se daba por hecho". ¿Pero si es solo profesión y solo de paso?

¿Acaso no es esto legítimo, razonable, el pan nuestro de cada día entre los profesionales, los miembros de una empresa? ¿Hay algún empleado, o miembro de un despacho de abogados o arquitectos, que ganando bien donde está no se pase a otra entidad más poderosa que, sin ninguna otra desventaja o en las mismas condiciones, le paguen notablemente más y encima eso le diera mayor prestigio social, porque el dinero da también eso? ¿Qué haría usted? Es aquí donde entramos en el fondo de la cuestión.

Reconozco que el fútbol es hoy quizá el espectáculo mundial que mueve, entretiene y apasiona al mayor número de espectadores. Nada que objetar. A unas decenas de vidas se pagan cientos de millones de euros, mientras que millones y millones de otras disponen solo de un euro al día para ir alargando su agonía. Esto es tremendamente escandaloso, aunque no tanto como las bonificaciones o indemnizaciones a directores de bancos fracasados que han contribuido así a la crisis, o como el gran negocio, sanguinario negocio, de la venta de armas a países en desarrollo.

Por todo lo dicho anteriormente, que la directiva haya ofrecido a un jugador "para que no se marche" cuatro millones y medio de euros me parece desproporcionado, escandaloso y humillante para el club y la afición. Aunque otros estén dispuestos a darle más en la subasta. Esto en cualquier situación económica. En la crisis actual, con los miles de parados en Euskadi, la de aficionados al Athletic que no pueden pagarse la entrada más barata a San Mamés, es simplemente hiriente. Aunque pagarle la mitad no resolviera nada. Así de compleja es la situación. Pero es cuestión de principios. Aunque esto sea mi opinión de aficionado.

No voy a entrar en ningún caso particular, y menos en las intenciones y conciencia de ningún jugador, pida lo que pida, se marche o no. Es cosa suya, de cada uno. Apuesto por el Athletic tradicional, fiel a sí mismo en su evolución razonable y ética. Dicen que el diablo sabe más por viejo que por diablo. Sumando, pues, esta mi doble sabiduría, llego a la conclusión de la verdad de aquella sentencia: "No se puede servir a dos señores".