Se antoja conveniente conocer algo sobre Ucrania, el otro país que junto con Polonia, ha sido sede de la Eurocopa de fútbol. Acapara los focos de la atención internacional por el todos conocido caso Timoshenko. Las declaraciones de Merkel acusando al régimen de Kiev de "dictadura a la bielorrusa", coloca por enésima vez en un aprieto al dirigente ucranio Yanukovich. El maltrato sufrido por Yulia, arrestada por presunto abuso de poder durante su etapa como primera ministra, desató una cascada de protestas pidiendo su excarcelación y un juicio justo.
Ucrania, el segundo país más extenso de Europa, no cerró su configuración actual hasta 1954. Y aquí tenemos una de las claves para entender la realidad del país y su marasmo sociopolítico. Al analizar la situación del país eslavo se insiste en los síntomas y no en las raíces de la enfermedad. Supone mostrar un diagnóstico de difícil remedio. La existencia de dos Ucranias: la que mira hacia Moscú y la que ansía Bruselas, claramente delimitadas geográfica y culturalmente. Producto no de solo de opciones políticas, que también, sino de la Historia. Mientras sus zonas occidentales se han situado en la órbita de tradición austrohúngara y polacolituana, el este y el área póntica hunde sus raíces en la unión multisecular con Rusia. Pese a los esfuerzos del joven país por homogeneizar el Estado, en la primavera de 2012 la construcción y el ensamblaje de Ucrania sigue siendo precario. Y con pucherazos o sin ellos, las urnas así lo constatan una y otra vez. Como telón de fondo, de un lado las ambiciones del Kremlin, para quien su vecino meridional es imprescindible en la reconstrucción del imperio. Del otro, la UE y Washington, para quienes Ucrania juega un papel de primer orden en la contención de tales ambiciones. Presa de intereses externos y profundos problemas internos, Kiev mantiene un frágil equilibrio.
El Parlamento Europeo pide una reforma judicial para retomar las conversaciones, a la vez que el juicio a la líder de la que se llamó Revolución Naranja se pospuso a fines de junio. Pero el veredicto de fondo no es otro que el de un país tal vez viable, pero aún fallido. Y Timoshenko no es más que un llamativo síntoma. La última tangana en la Rada sobre la oficialidad del idioma ruso, un brote.