En la tradición cristiana se nos enseña que nacemos en pecado, dado que Adán y Eva desobedecieron a Dios. La desobediencia parece ser por tanto nuestro pecado original. Aprendimos desde bien jóvenes, también, que cualquier cosa que nos resultaba excitante, como el sexo por ejemplo, era considerada por la religión establecida igualmente pecaminosa. Y dado que éramos dependientes de nuestros padres, aprendimos a condenar esas pulsiones naturales y a sentir vergüenza de ellas. Así comenzamos a ocultarnos, a ser falsos y temerosos y a alimentar sentimientos de culpa, esa culpa que, por otra parte, los sacerdotes quisieron aprovechar convenientemente para controlarnos a su antojo. Luego nos incorporamos a la sociedad, donde podíamos ser aceptados y considerados solo si actuábamos de determinada manera, y así seguimos ocultando nuestra faz verdadera. Así fuimos educados, en vez de en la autenticidad, para poder desarrollar un papel que pudiera ser admitido por el grupo (étnico, político, religioso, etc...), incluso sin darnos cuenta llegamos a identificarnos como cristianos, musulmanes, españoles, vascos o cualquier otra etiqueta que no representa nuestra esencia auténtica, ya que esta es interna, inocente y no condicionada por apellidos que nos puedan llegar del exterior.

En este momento en el que el mundo parece estar del revés, debemos tener bien claro esa naturaleza básica, para poder avanzar sin más contratiempos de los necesarios en el sentido correcto.

Es fundamental empezar a quitarnos todos las caretas y vestimentas tras las que hemos aprendido a ocultarnos desde niños. Debemos saber, además, que no nacimos como seres malos y en pecado, sino que nacemos puros e inocentes, dignos todos de ser queridos y aceptados tal como somos. Hay que abandonar, por tanto, esas falsas creencias aprendidas, para poder encontrar la única verdad que existe y que debe ser encontrada en el interior de cada cual.

No cabe duda que este cambio del que hablo encontrará fuertes resistencias externas, pero, creo, es el único camino para poderse salvar esta sociedad de la quema y único, además, que nos da individualmente integridad y nos llena de sentido.