CONOZCO los crímenes que voy a realizar, pero mi pasión es más poderosa que mis reflexiones y ella es la mayor causante de males para los mortales". Este fragmento, escrito por Eurípides en Medea, nos define y describe como humanos evidenciando la imposibilidad genética que nos asiste y que, a su vez, nos niega un comportamiento normalizado, ya que la letra impresa de sus intenciones la llevamos lacrada en el cromo de nuestro ADN. Es en este atlas biológico que nos determina donde transportamos inconscientemente ese elemento depredador y rastrero que nunca nos ha abandonado, y que se muestra periódicamente a lo largo de los siglos implacablemente en el escenario de nuestra conducta. Es en este mapa hereditario donde encontramos el foco que genera los conflictos humanos: el poder. Tan evidente es su condicionamiento y tan sutil su comportamiento que hoy mismo nos enfrentamos a una realidad que quiere sorprendernos, pero que no hace más que repetirnos que todo esto ya nos ha sucedido y no es otra cosa que la ambición de poder.
Los protagonistas son los de siempre, con otras vestimentas, con otras máscaras, pero con las mismas intenciones. Este carnaval de sensaciones que nos acoge dispone en el tablero de juego el eterno tira y afloja entre un número reducido de poderosos imbuidos y persuadidos por el poder y otro grupo muchísimo más numeroso de incapaces aspirantes al mismo. A este primer grupo mencionado lo vamos a denominar los piratas políticos; los segundos nos describimos con nuestras decisiones. Estos piratas se han apoderado del poder ejecutivo, secuestrando los parlamentos -escenario representativo de la soberanía popular- de acuerdo con los poderes financieros, pidiendo rescates a diestro y siniestro en base a sus saqueos organizados fríamente desde su sede residencial: el cuartel general del neocapitalismo. Luego, en cada casa, en cada patio interior, los mercenarios sin escrúpulos de la ambición humana a sueldo de los bucaneros, refrenan y reprimen mediante la fuerza coercitiva que les garantiza la legalidad electoral, cualquier intento de estructura diferente.
El poder es siempre una pasión y, de todos los poderes, el político es el más intenso y completo. De manera que podemos considerarle como el único capaz de aunar a todos los demás. El temperamento interno del poder político ha desvirtuado, mediante la dictadura del ejecutivo, el ejercicio de la política, cuya última finalidad debería ser la de enaltecer y honrar a quien lo practicara, transformando desgraciadamente su actuación en una mera lucha partidaria por conservar y disfrutar de un poder completamente alejado y ajeno a los ciudadanos de a pie.
Estos piratas políticos se esfuerzan en suscitar emociones de dependencia, culpa o agradecimiento que predispongan a la sociedad a la sumisión. Y aunque sabemos que la mayor facultad del poder es la permanencia en el secreto, no es menos cierto que exhibirse es parte del poder. Y ya que hemos mencionado que el poder es una pasión humana, por lo tanto que alimenta debilidades, esto nos hace valorar, en nuestra ignorancia, que el poder que no se exhibe está incompleto o no es el verdadero poder. Por esto mismo, la capacidad humana del poder político no se escapa a las ostentosas manifestaciones de boato y lujo para alcanzar el esplendor, edificando para salvaguardar la apariencia de su fuerza la escenografía del Estado.
Una breve introspección sobre el concepto de Estado ofrece un balance histórico tan aterrador que le convierte en uno de los peores enemigos de la raza humana. No es difícil señalar que su historia es la del fracaso de la humanidad, que lo creó para que organizara la sociedad en paz y administrara el bien común y sin embargo ha sido rehén y víctima de un comportamiento estafador egoísta y opresor, capaz de torturar y asesinar en no pocos casos. Parecía que después de las dos guerras mundiales que azotaron el mundo en el siglo XX, esta superestructura comulgaría con el progreso evolutivo necesario y adecuado de los tiempos y, junto con sus hoy vilipendiadas raíces democráticas griegas, iría abandonando el poder represivo clásico que le ha caracterizado durante toda su existencia. Nada más lejos. Ha sido el poder ejecutivo, al cual se le puede considerar como administrador y ejecutor de la voluntad popular de la que es representante y de la que debe ser su más firme garante, el que ha saqueado organizadamente la estructura estatal mediante la piratería política.
Unas clases dominantes suceden a otras y cada época establece sus sistemas de dominación y sus reglas, pero el poder, aunque disfrazado, sigue siendo el mismo: depredador, al servicio de las elites, implacable y utilizado sólo por los amos como instrumento para dominar y sojuzgar. Definitivamente, la concepción del poder constituye hoy el principal problema de la política y el mayor obstáculo para la libertad y la regeneración democrática.
El poder actual, incluso en las democracias más avanzadas, ha heredado demasiadas formas sustanciales del pasado, tal vez porque viejos y despreciables rasgos absolutistas y totalitarios siguen anidando en sus fibras, manteniéndose alejado de su natural centro de gravedad, que es la soberanía popular.
Además del engaño, cuando no vale, el poder utiliza un arma definitiva para no abandonar su emplazamiento en la cumbre humana, el miedo a la vida. Consiguen que resultemos pasivos cuando estamos atemorizados por lo que somos y por lo que dejamos. Ante esto, lo que tenemos que hacer es quitarnos el miedo a la vida, activando la disconformidad a la ciudadanía y otorgar el poder al ciudadano, en sus respectivos espacios de actuación. La eliminación de los políticos profesionales y sus partidos políticos son medida necesaria, pero no única. La democracia, lamentablemente, ha sido degradada desde el poder, no solo por la falta de perfección, sino porque le sobra perversión
La estrategia del miedo y la inseguridad opera fundamentalmente en el plano económico. Un recurso de efectos infalibles que impulsa a los ciudadanos a aceptar hasta las restricciones de sus derechos. El escándalo de las desigualdades entre los humanos no para de crecer y la distancia que separa a ricos y pobres se hace cada día más grande, lo que convierte hoy la ostentación del poder y de la riqueza todavía en algo más insultante. El despilfarro, la ostentación y el boato no son los peores pecados de los nuevos amos, pero sí sus facetas más decepcionantes y la evidencia de que, tras haber perdido la prudencia y el decoro, no dudan en avasallar la democracia.
Los piratas políticos han asaltado el Estado. La mayor empresa de cada país, la única que recauda sus ingresos por ley, sin tener que competir en el mercado, y los políticos que lo gobiernan son los mayores empresarios, los más ricos y poderosos, los más fuertes y astutos, los que controlan más medios de propaganda e influencia, los que dan las órdenes al ejército, a la policía y a una legión de cargos designados a dedo.
Cuando ese poder está sancionado por la ley, cuando es legal, como en las democracias, su atractivo aumenta y se hace casi irresistible. El camino que han elegido los políticos es el que estimula la competencia, la pugna, la arrogancia, pasiones y vicios, en vez de propiciar la generosidad y la cooperación pacífica de los ciudadanos. El ejercicio de la política, en la actualidad, es percibido por el pueblo como un instrumento de dominio y una fuente de privilegios y ventajas. Esta política tan solo busca el beneficio de las elites. Pero ahora ha visto cómo sus parcelas particulares se han visto asaltadas por una fuerza superior, por los corsarios del poder financiero, que además les han reclamado la deuda y los intereses de la fórmula que les prestaron para auparse al poder. Intervención, rescate, apoyo financiero, línea de crédito europeo? señores piratas, llámenlo como quieran, pero no se olviden que la sociedad también se cansa de que la ignoren y la insulten Y ejemplos de su comportamiento también existen.
Por cierto, es difícil que el sistema que nos ha traído hasta estos derroteros nos rescate del mismo. Es difícil que los gestores que han administrado el erario público dejen de comportarse de la misma forma. Es condición humana, como nos dice Eurípides. Lo que necesitamos es una oxigenación del sistema, un recambio de metas y objetivos, una depuración de todos los piratas políticos que en la actualidad están desempeñando algún cargo decisorio. En definitiva, más redistribución y menos desigualdad universal. Señores piratas, que no estamos solos en este mundo.