TENGO entendido que los socios de la UE habían acordado no rescatar al sector financiero español. No poner sobre la mesa hasta 100.000 millones de euros para sanear el desfase de valor de sus activos más cuestionables ni, por supuesto, pedir al Gobierno español cuentas por el préstamo. Pero he aquí que de entre la multitud de atónitos surgió la figura majestuosa -no sabemos si, como diría José Mota, recortaba en silueta- del presidente Mariano Rajoy y se lió a presionar a todo pasto hasta que los díscolos compañeros de viaje del euro soltaron la guita.
¿Qué? ¿No cuela? Pues a Mariano Rajoy le pareció tan verosímil que no solo se fue felizmente a comer perdices sino que se agarró un avión -que le pagamos usted y yo- y se plantó en Gdansk a ver un partido de fútbol. Si el pasillo de Gdansk costó una guerra hace setenta y pico años, la espantada del presidente español la podemos estar pagando durante otro tanto. A precio de amigo, eso sí, que si algo hay que reconocerle al acuerdo ese en el que nadie presionó a nadie sino todo lo contrario es que el interés de esa millonada -equivalente al 10% del PIB español, millón arriba, millón abajo- estará bastante por debajo del que ahora paga la deuda española, que nada más conocerse la maravillosa noticia volvió a cotizar al 6,5% en el bono a diez años.
No se me malinterprete: puestos a pagar a escote -o, como dice el eufemismo, del erario público- el salvamento de la banca y las pensiones de quienes la hundieron, mejor será que el prestamista no nos cobre luego la deuda a precio de mercader de Venecia y dejemos el corazón en el empeño. Pero a partir, o incluso antes, de llegar a este punto, todo merece cuestionarse. Por ejemplo, si la única solución a los bancos o cajas con el rabo de paja es el rescate o la nacionalización y no, como sostenían sus valedores un minuto antes de abandonar el barco a la deriva, dejar que el mercado haga de ellos trozos y lo digiera por sí mismo o arroje sus restos a la playa de los especuladores. Esto dicen que es malísimo, que nos iba costar más caro todavía y que los ahorradores no volverían a confiar en el sector. Sigo sin encontrarle mucha diferencia con la situación actual.
En el sector financiero, quienes sí hicieron sus deberes y sus cuentas con luz y taquígrafos tampoco le acaban de alabar el gusto a la fórmula. Quizá se temen que la factura que, nos dicen, se aplicará a los bancos que precisen de esos fondos, la acaben pagando el conjunto de las entidades con otra reforma que les exija más dotaciones y se lleve por delante los beneficios que unos convierten en dividendos y otros en obra social. Así, el premio por haber hecho las cosas correctamente se parecerá tanto al castigo a quienes gestionaron con antifaz que se nos va a quedar a todos cara de lelo.
Por lo que explican los que saben de esto a los que solo estamos para creernos lo que nos dicen, este rescate que no lo es se le parece bastante. Las condiciones aplicadas al Estado español no son tan severas como las que antes recibieron Portugal, Irlanda y Grecia, eso es verdad. Pero a los ojos de los mercados ya están en el mismo paquete aquellos cuatro países que The Economist identificaba despectivamente por sus iniciales como los PIGS -cerdos en inglés- de la unión monetaria europea. Esto, me dice un amigo que sabe del asunto, es un argumento injustísimo y derrotista. Que la economía española no está intervenida ni se le exigen al Gobierno español las condiciones y severas reformas aplicadas al resto. Cuando le pido que me aclare esto y hablamos de la reforma laboral, el retraso en la edad de jubilación, la subida de impuestos y el ajuste del déficit por la vía del recorte del gasto me aclara que esto lo ha aplicado el Gobierno español por sí mismo, sin esperar a que se lo exija la Unión Europea como un ultimátum y esa ventaja les llevan a los griegos, por poner el caso.
Así que, llegados al sábado pasado, los socios del euro no han exigido como un ultimátum algo que ya estaba hecho pero se han ocupado de dejar negro sobre blanco que la voluntariosa actuación del Gobierno español está y estará bajo su lupa. Eso está muy bien porque para qué te van a intervenir si te intervienes tú mismo antes. Yo, llegados a este punto, me acuerdo mucho de Gila, pero a mi amigo le parece una frivolidad, así que echa mano de su paciencia franciscana y me pone las peras a cuarto como quien conduce a un niño hacia el baño que no se quiere dar.
La prima de riesgo -me explica- es un síntoma que indica que los mercados no se fían de la capacidad española de generar riqueza con la que compensar el déficit actual y afrontar la deuda futura. Así que, a corto plazo, hay que compensar la balanza fiscal y a largo crear condiciones para una mayor actividad económica. Por eso se ajustan los presupuestos a la baja -continúa- y se acometen reformas estructurales como la liberalización del mercado laboral y la reactivación del crédito mediante el rescate de la banca. A medio o largo plazo, lo primero permitirá crear empleo y lo segundo hará circular capital que ponga en marcha el crecimiento económico. A mayor empleo y crecimiento, mayor recaudación fiscal y fin del déficit. Una sonrisa satisfecha rubrica en su rostro que la ecuación está resuelta.
Pero como jugamos a esto a menudo, él también sabe que la partida no ha terminado. Y le explico cómo lo veo yo. Al Estado le dan un crédito sus socios del euro a un interés entre el 3% y el 4%; pero no es para financiar sus propios gastos, que sigue pagando por encima del 6%. Es para que lo utilicen los bancos que tienen pufos para tapar sus agujeros. Así, el Estado es deudor de sus miserias y avalista de las ajenas. Los socios del euro exigen que el avalista se asegure que cobrará a los bancos esa deuda y a la vez reduzca la suya propia: ahí apunta el texto del acuerdo cuando señala que vigilarán el equilibrio macroeconómico español. Así que el Gobierno tiene deberes para varios cursos que empiezan por asegurarse de que el sector financiero devuelva el préstamo. Porque, si no, lo tendrá que cubrir el erario público -esto es, todos nosotros-, que es algo que ahora nos aseguran que no pasará igual que hasta el viernes nos aseguraban que no nos rescatarían.
Y sigue pendiente el mecanismo por el cual la banca cumpla con su papel de hacer circular el dinero hacia la actividad económica. Hasta ahora, el dinero invertido -que no es poco- no se ha traducido en una reactivación del crédito, sino en una línea de negocio para una parte de la banca que no se acompaña de liquidez con la que regar el PIB. También está pendiente una política industrial que identifique sectores tractores, oriente e incentive esa actividad si llega el caso de que el crédito vuelve a fluir. Por eso le confieso que el rescate me parece un mal menor, dada la coyuntura, pero que el menor de los males no es mucho más que eso.
Mi amigo me dice que no he entendido nada y yo le doy la razón. No está la cosa para andar amortizando amistades en cada debate político o económico. De estos no van a faltar; de aquellas, de las buenas, no hay tantas.