Hay dos actividades excelentes y relajantes para este fin de semana que se adivina lluvioso y se pueden realizar sin salir del mismo recinto, esto es, el museo de Bellas Artes de nuestra ciudad. Podemos pasar de la belleza de nuestros paisajes del pasado pintada en unos colores vivos y hermosos a la crueldad de la guerra civil retratada en blanco y negro y de estas dos actividades podremos extraer dos conclusiones básicas: la primera, qué verde y bonita era Bizkaia a finales del siglo diecinueve en la paleta de Anselmo Guinea y qué horrorosas son las consecuencias del fascismo en las fotografías de la maleta mejicana, conclusión en especialmente interesante ésta última en estas horas en las que comprobamos los ascensos en votos de diferentes partidos de extrema derecha en ciertos países europeos.

Visiones increíbles de los reflejos de la ría en Elorrieta (1893), el muelle del puente de Ondárroa (1897), mariscadores en la ría con el Serantes al fondo (1896), playa de Bakio (1891), las Arenas desde Arruiluce (1893), Ribera de Deusto (1878) o el puerto de Lekeitio (1887) nos hablan de una sociedad vasca rural y marinera, anclada en los oficios pegados a la explotación familiar de la tierra y a la pesca, una sociedad primaria pero feliz y unos paisaje que más de uno no reconocerá porque no tienen nada que ver con lo que se contempla en la actualidad. Don Anselmo Guinea nació en la anteiglesia de Abando en 1855 y nos dejó en sus cuadros un valioso testimonio de cómo era la Bizkaia de finales del siglo diecinueve.

Y de la belleza en color a la barbarie en blanco y negro que inmortalizaron los fotógrafos de la maleta mejicana, Robert Capa, David Cheymour Chim y Gerda Taro. Bastantes fotos del frente de Euskadi y una completa colección del resultado de la furia fascista en la población civil en todos los frentes de la península. Casi sin andar más de cien metros en el mismo museo pasamos de la tradición colorista y los bellos e inocentes paisajes vizcainos de don Anselmo a la destrucción de Gernika y los frentes de Belchite, Teruel o el Ebro. La vida y la muerte, como casi siempre, cercanas. La belleza y el sufrimiento, de la mano. Y como, para entonces, ya habremos dado gusto a la vista solo nos faltaría cumplir con otro sentido que suele ser el menos valorado de todos que es el olfato. Salimos del museo y nos dirigimos a la pérgola del parque de doña Casilda, nada no hay que andar ni doscientos metros y allí nos dejamos embriagar por el perfume de sus azules glicinias con sus enrevesados troncos que trepan serpenteando entre sí. Y, para los amantes de los contrates, elevamos un poco la mirada y nos encontramos con el símbolo de la modernidad bilbaina, la torre Iberdrola, inevitable contemplación desde cualquier rincón del parque y contrastamos su imagen con los bucólicos cuadros de Guinea y recordamos dos de ellos que son especialmente atractivos. ¿Todos los bilbainos de 2012 conocemos lo que era la sirga? Según el diccionario, se trata de una maroma que sirve para llevar las embarcaciones desde tierra, principalmente en la navegación fluvial. Cuando aún no se habían inventado los remolcadores, varios aldeanos tiraban de cuerda y arrastraban desde la ribera de Deusto la embarcación -ría arriba- hasta los muelles. La sirga (1892) y La sirga de frente (1893) inmortalizan con espléndidos colores aquélla actividad que desapareció hace más de un siglo de nuestra ría. La sirga de don Anselmo.